sábado, 17 de mayo de 2014

" SOBERBIA, enfermedad que mata a los hombres en el siglo XXI "

 El temor del SEÑOR es aborrecer el mal. El orgullo, la arrogancia, el mal camino y la boca perversa, yo aborrezco. (Proverbios 8:13)



 Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; pero con los humildes está la sabiduría. (Proverbios 11:2)

El que ama la transgresión, ama la contienda; el que alza su puerta, busca la destrucción. (Proverbios 17:19)


Antes de la destrucción el corazón del hombre es altivo, pero a la gloria precede la humildad. (Proverbios 18:12)


El orgullo del hombre lo humillará, pero el de espíritu humilde obtendrá honores. (Proverbios 29:23)


“La soberbia precede a la destrucción.”

El propósito de estos escritos es advertirles del peligro destructivo al que nos lleva la soberbia (orgullo, altivez) y darles la solución divina contra este instrumento del Diablo.

Los espíritus de soberbia y rebeldía trabajan juntos (mano a mano).  Por esta razón deben considerar el hecho de que la soberbia (adoración de sí mismo) precede aún a la rebelión, como está escrito en la Biblia en el instante de la caída de Lucifer (Satanás).  Vemos en Isaías 14:12 un relato sobre la caída de Satanás.  El Señor se refiere nuevamente a este evento en Lucas 10:18: “Y les dijo: Yo veía Satanás caer del cielo como un rayo.”  ¿Qué pensó e hizo Satanás antes de cometer este error fatal?  Isaías 14:13-14: “Tú (Satanás) que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentarè,…y seré semejante al Altísimo.”  Dirán ustedes: cuanta necedad de aquel que fue una bella creación, un arcángel de Dios.  El (Satanás) fue sin embargo el autor de la soberbia (adoración de sí mismo) cuyo resultado fue rebelión y caída.  “A Jehová tu Dios temerás y reverenciarás ó servirás únicamente al Señor tu Dios y le adorarás" (Deuteronomio 6:13).  “No tendrás dioses ajenos delante de Mí” (Exodo 20:3).  Este pasaje de la Biblia es uno de los mandamientos originales (primitivos) que Dios dio a Moisés.  Muchos reconocerán este mandamiento con un ¡Amèn!  que sale de lo profundo del corazón, pero al mismo tiempo se exaltan a sí mismos en su trono de adoración.  Dios continúa teniendo misericordia de la gente de esta tierra. 

Los fariseos, en general, se creían superiores a los demás; de hecho, les encantaba ser los protagonistas y usar muchos títulos pomposos (Mateo 23:6, 7; Lucas 11:43). 

“Vístanse de los tiernos cariños de la compasión, la bondad, la humildad mental, la apacibilidad y la gran paciencia” (Colosenses 3:12).

Ahora bien, ¿es aplicable dicho consejo a quienes vivimos en el siglo XXI? ¿Vale la pena ser humildes? ¿Es la humildad una muestra de debilidad, o más bien, una señal de fortaleza?

La humildad mal entendida

No hay que confundir la humildad con la humillación. En algunas culturas antiguas se tenía la idea de que las personas humildes —como por ejemplo los esclavos— eran las que recibían un trato humillante. Sin embargo, la Biblia asegura que los humildes han de recibir honra. Por ejemplo, un sabio escribió: “El resultado de la humildad y del temor de Jehová es riquezas y gloria y vida” (Proverbios 22:4). Y en el Salmo 138:6 leemos: “Jehová es alto, y, no obstante, al humilde lo ve; pero al altanero lo conoce solo de distancia”.

Ser humilde tampoco significa quitarle toda la importancia a lo que somos o a lo que hacemos. Pensemos en Jesucristo: él nunca ocultó que era el Hijo unigénito de Jehová, ni restó valor a su ministerio en la Tierra (Marcos 14:61, 62; Juan 6:51). Pero eso no quiere decir que no fuera humilde. Su humildad quedó patente al dar a su Padre todo el mérito y al emplear su poder para servir y ayudar a los demás, no para oprimirlos ni dominarlos.

Una señal de fortaleza

Sin duda, Jesucristo fue bien conocido entre sus contemporáneos por las “obras poderosas” que realizó (Hechos 2:22). Con todo, para algunos era el hombre “de más humilde condición de la humanidad” (Daniel 4:17). No solo llevó una vida sencilla, sino que además siempre recalcó la importancia de la humildad (Lucas 9:48; Juan 13:2-16). Ahora bien, eso no hizo de Jesús una persona débil. Al contrario, para defender el nombre de su Padre y efectuar su ministerio tuvo que demostrar mucho valor (Filipenses 2:6-8). Por eso, en la Biblia se representa a Jesús como un león valeroso (Revelación [Apocalipsis] 5:5). Su ejemplo nos demuestra que se puede cultivar humildad y, a la vez, tener firmeza de carácter y una gran fortaleza moral.

Cuando uno se esfuerza por ser humilde de verdad, día tras día, se da cuenta de que no es nada fácil. Para lograrlo hay que someterse siempre a la voluntad de Dios. No se puede seguir el camino fácil ni dejarse llevar por las inclinaciones carnales. Ser humilde implica dejar a un lado los intereses propios para servir a Jehová y ayudar a los demás con un espíritu altruista. Desde luego, para lograr eso hay que tener gran fortaleza.

Ser humilde vale la pena

Como hemos visto, la humildad es lo contrario del orgullo y la soberbia. La Biblia también alude a esta virtud con la expresión “humildad mental” (Efesios 4:2). Pues bien, para desarrollar esa mentalidad humilde, debemos ser realistas y reconocer no solo nuestras virtudes y aciertos, sino también nuestros defectos y equivocaciones. Pablo dio un consejo muy acertado al respecto: “Digo a cada uno que está allí entre ustedes que no piense más de sí mismo de lo que sea necesario pensar; sino que piense de tal modo que tenga juicio sano” (Romanos 12:3). Todo el que pone esto en práctica se está comportando con humildad.

También demostramos que somos humildes cuando pensamos en los demás antes que en nosotros. El apóstol Pablo recomendó por inspiración divina a los cristianos: “No [hagan] nada movidos por espíritu de contradicción ni por egotismo, sino considerando con humildad mental que los demás son superiores a ustedes” (Filipenses 2:3). Esto concuerda con otro mandato que Jesús dio a sus discípulos: “El mayor entre ustedes tiene que ser su ministro [o siervo]. El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado” (Mateo 23:11, 12).

Así es, Dios tiene en gran estima a los humildes. El discípulo Santiago destacó esta idea al decir: “Humíllense a los ojos de Jehová, y él los ensalzará” (Santiago 4:10). ¿Verdad que a todos nos gustaría que Dios nos ensalzara?

La falta de humildad es la causa de muchos problemas y conflictos entre todo tipo de personas. En cambio, ser humilde siempre produce buenos resultados. En primer lugar, podemos contar con la aprobación de Dios (Miqueas 6:8). También podemos disfrutar de una vida tranquila, pues la persona humilde suele vivir más feliz y satisfecha que la persona soberbia (Salmo 101:5). Además, forjamos mejores relaciones con la familia, los amigos, los compañeros de trabajo y el resto de las personas. Por último, el humilde también se evita las consecuencias de ser desagradable o demasiado exigente: peleas, rencores, distanciamiento y amargura (Santiago 3:14-16).

No hay duda: la humildad mental es un excelente medio para llevarnos bien con los demás y enfrentarnos a este mundo tan egoísta y competitivo. Como vimos, el apóstol Pablo pudo deshacerse del orgullo y la arrogancia gracias a la ayuda divina. Del mismo modo, nosotros debemos controlar cualquier tendencia a volvernos vanidosos o creernos mejores que los demás, pues la Biblia advierte: “El orgullo está antes de un ruidoso estrellarse; y un espíritu altivo, antes del tropiezo” (Proverbios 16:18). Si seguimos el ejemplo y los consejos de Pablo, descubriremos lo sabio que es cultivar “la humildad mental” (Colosenses 3:12)

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