sábado, 17 de mayo de 2014

La desobediencia acarrea la muerte

El salario que el pecado paga es muerte (Romanos 6:23)

El problema del dolor sume al hombre, en general, en un gran desconcierto. Al ignorar los propósitos trascendentes que tiene Dios para el hombre, juzga el sufrimiento desde una perspectiva muy parcial. Para ellos, el hombre es un ser irremediablemente desdichado, cuyo sufrimiento es inútil... ¿Qué ocurre con los cristianos? ¿Es así también con ellos, o tienen alguna ventaja sobre el resto? Muchos de ellos están también confundidos... Tal vez el mayor problema radique en el desconocimiento de las causas y los fines del dolor.



Las aflicciones y sufrimientos conforman un alto porcentaje de la vida del hombre. Con razón se ha dicho que la vida humana es un “valle de lágrimas”. Esto es así no sólo para los que viven lejos de Dios; también lo es para los hijos de Dios. Para ellos también existen, como dice David en el Salmo 23, los valles de sombra y de muerte.
La primera y mayor causa de dolor ha sido y es la desobediencia. La desobediencia fue el primer pecado, y ella introdujo la muerte.

A su vez, la muerte tiene dos grandes manifestaciones en el hombre: la muerte espiritual que separó al hombre de Dios, apartándole de su comunión íntima y de su gloria, y la muerte física, que, siendo menor que aquélla, sume al hombre en una gran incertidumbre.


Ambas muertes son una gran e insoslayable desgracia, y ambas traen de la mano el dolor.
Desde Adán en adelante, el hombre ha tenido que comprobar la veracidad de las palabras del Señor, dichas a nuestros primeros padres: “Con dolor darás a luz los hijos” – (a Eva, Gén.3:16); “Con dolor comerás de ella (de la tierra)” — (a Adán, Gén.3:17). Este dolor, obviamente, no sólo se circunscribe al parto en la mujer y a la sobrevivencia biológica en el hombre, sino que abarca todas las esferas de la existencia humana.

 

Muchas veces nosotros, debido a nuestra ceguera, no le hallamos sentido a nuestro sufrimiento. Pero decir que el sufrimiento de los hijos de Dios no tiene sentido es atribuir a Dios un despropósito. Si nosotros, siendo malos padres, procuramos el bien de nuestros hijos, y dirigimos nuestras acciones para con ellos según un fin noble, ¿cuánto más nuestro Padre, que es santo, justo y bueno perseguirá un fin noble con nosotros, sus amados hijos?
Todo nuestro sufrimiento persigue un buen fin, porque Dios lo utiliza para nuestro bien, aunque en el momento que lo estemos viviendo no lo entendamos así.



No hay nada que pueda dañar más al cristiano –y hacer el sufrimiento más infructuoso– que el pensar que no tiene propósito, o que sólo persigue un fin punitivo. Si esto ocurre así, juzgaremos a nuestro bendito Dios como desentendiéndose de nosotros, o como si fuera innecesariamente severo. Los hijos de Dios sabemos que Él nos ama como nadie nos ha amado, y que Él “no puede ser tentado por el mal” (Santiago 1:13).

Así que, el sufrimiento no es un mal para los hijos de Dios. Aun para el bendito Hijo de Dios, en cuanto hombre, el sufrimiento fue necesario, ya que “por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8); ¿cuánto más para nosotros?. Si Dios no privó del dolor a su amado Hijo, ¿por qué habría de privarnos a nosotros?

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