lunes, 19 de mayo de 2014

COMO ENCONTRAR LA ANSIADA PAZ PARA EL MUNDO



¿Cómo se consigue la paz?


Jehová es el Dios de la paz (1Co 14:33; 2Co 13:11; 1Te 5:23; Heb 13:20) y la Fuente de la paz (Nú 6:26; 1Cr 22:9; Sl 4:8; 29:11; 147:14; Isa 45:7; Ro 15:33; 16:20), que es un fruto de su espíritu. (Gál 5:22.) Por esta razón, solo los que están en paz con Dios pueden tener verdadera paz. Las transgresiones serias estorban la relación con Dios y perturban al que las comete. El salmista dijo: “No hay paz en mis huesos debido a mi pecado”. (Sl 38:3.) Por consiguiente, los que buscan la paz deben ‘apartarse de lo que es malo, y hacer lo que es bueno’. (Sl 34:14.) Si no hay justicia o rectitud, no puede haber paz. (Sl 72:3; 85:10; Isa 32:17.) Por esta razón los inicuos no pueden tener paz. (Isa 48:22; 57:21; compárese con Isa 59:2-8.) Por otro lado, la paz es posesión de los que están plenamente dedicados a Jehová, aman su ley (Sl 119:165) y escuchan sus mandamientos. (Isa 48:18.)
Cuando Cristo Jesús estuvo en la Tierra, ni los judíos naturales ni aquellos que no lo eran estaban en paz con Jehová Dios. Por haber transgredido la ley de Dios, los judíos estaban bajo la maldición de la Ley. (Gál 3:12, 13.) Los gentiles, que no estaban en pacto con Dios, “no tenían esperanza, y estaban sin Dios en el mundo”. (Ef 2:12.) Sin embargo, por medio de Cristo Jesús ambos pueblos recibieron la oportunidad de entrar en una relación pacífica con Dios, como habían anticipado los ángeles a los pastores cuando nació Jesús: “Sobre la tierra paz entre los hombres de buena voluntad”. (Lu 2:14.)

El mensaje de paz que Jesús y sus seguidores proclamaron atrajo a los ‘amigos de la paz’, es decir, a los que deseaban reconciliarse con Dios. (Mt 10:13; Lu 10:5, 6; Hch 10:36.) Pero al mismo tiempo causó división en las familias, pues unos lo aceptaron y otros lo rechazaron. (Mt 10:34; Lu 12:51.) La mayoría de los judíos rechazaron el mensaje, y por eso no discernieron “las cosas que tienen que ver con la paz”, entre las que se hallaban el arrepentimiento y el aceptar a Jesús como el Mesías. (Compárese con Lu 1:79; 3:3-6; Jn 1:29-34.) Su negligencia desembocó en que los ejércitos romanos destruyeran Jerusalén en el año 70 E.C. (Lu 19:42-44.)

Sin embargo, incluso los judíos que aceptaron “las buenas nuevas de paz” eran pecadores y necesitaban que se expiasen sus transgresiones para disfrutar de paz con Jehová Dios. La muerte de Jesús como sacrificio de rescate satisfizo esta necesidad, pues se había predicho: “El castigo que era para nuestra paz estuvo sobre él, y a causa de sus heridas ha habido una curación para nosotros”. (Isa 53:5.) Su muerte en sacrificio en un madero de tormento también proveyó la base para cancelar la ley mosaica, que separaba a los judíos de los no judíos. Por lo tanto, al hacerse cristianos, ambos pueblos estarían en paz con Dios y entre sí. Pablo dijo a este respecto: “Él [Jesús] es nuestra paz, el que hizo de los dos grupos uno solo y destruyó el muro de en medio que los separaba. Por medio de su carne abolió la enemistad, la Ley de mandamientos que consistía en decretos, para crear de los dos pueblos en unión consigo mismo un solo hombre nuevo, y hacer la paz; y para reconciliar plenamente con Dios a ambos pueblos en un solo cuerpo mediante el madero de tormento, porque había matado la enemistad por medio de sí mismo. Y vino y les declaró las buenas nuevas de paz a ustedes, los que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca, porque mediante él nosotros, ambos pueblos, tenemos el acceso al Padre por un solo espíritu”. (Ef 2:14-18; compárese con Ro 2:10, 11; Col 1:20-23.)

La “paz de Dios”, es decir, el sosiego y la tranquilidad que produce la preciosa relación de un cristiano con Jehová Dios, protege las facultades mentales y el corazón de las ansiedades de la vida. Da seguridad de que Jehová Dios provee para sus siervos y responde a sus oraciones, lo que hace descansar el corazón y la mente. (Flp 4:6, 7.) De manera similar, la paz que Jesucristo dio a sus discípulos, basada en la fe que tenían en él como Hijo de Dios, sirvió para tranquilizar su mente y corazón. Aunque Jesús les dijo que se acercaba el tiempo en que ya no estaría personalmente con ellos, no tenían razón para preocuparse o ceder al temor. No les dejaría sin ayuda; les prometió enviarles el espíritu santo. (Jn 14:26, 27; 16:33; compárese con Col 3:15.)

La paz de la que disfrutaban los cristianos no podía darse por sentada. Tenían que ser “pacíficos”, es decir, pacificadores, personas dispuestas a ceder con el fin de mantener la paz. (1Te 5:13.) Para conservar la paz entre ellos mismos, tenían que cuidarse de no hacer tropezar a sus compañeros de creencia. (Ro 14:13-23.)

Misioneros o portadores de la paz (de la OTAN)








Misioneros o portadores de la paz (de la OTAN)


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TESTIMONIOS

1-Clarence, era un afable hombre de Hawai,. Cierto día, un precursor que lo visitó se percató de que Clarence tenía el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra y le ofreció un estudio bíblico. No dudó en aceptarlo, pues, según dijo, siempre había deseado conocer la Biblia. Se preparaba bien para el estudio y no tardó en asistir a las reuniones de congregación.

Ahora bien, Clarence debía efectuar cambios. Era veterano de la II Guerra Mundial, y en los días festivos le encantaba participar en los desfiles junto con otros militares jubilados. Además, en Navidad se ofrecía voluntario para tocar una campana mientras recolectaba donaciones para el Ejército de Salvación. Necesitó algún tiempo para entender lo que implica no ser parte del mundo de Satanás. Sin embargo, logró reunir los requisitos para participar en el ministerio cristiano.

Clarence se bautizó cuando contaba 85 años de edad, y todavía continúa activo en la predicación y presenta discursos estudiantiles en la Escuela del Ministerio Teocrático. No hace mucho aprendió a utilizar la computadora, lo que le permite estudiar. Con total convicción afirmó: “Ahora que he hallado la verdad, nada me impedirá servir a Jehová”.

2- Al principio de la guerra, un joven soldado ascendió rápidamente en una unidad de élite del ejército croata. En 1994, mientras esperaba un tren, recibió el tratado ¿Quién es, realmente, el gobernante del mundo? Lo leyó de inmediato y aprendió que el responsable de los actos violentos contra el hombre no es Jehová Dios, sino Satanás. Esta verdad causó una honda impresión en él, pues una de las razones por las que se había hecho soldado era vengar los asesinatos de su hermana de 19 años y de otros dos miembros de su familia ocurridos durante la guerra. Aunque había planeado ir al pueblo donde vivían los asesinos, el tratado lo hizo pensar. Empezó a estudiar la Biblia y, después de varios años de esfuerzo, logró cambiar su personalidad y se bautizó en 1997. Finalmente sí fue al pueblo donde vivían los asesinos, pero no a vengarse, sino a llevar con alegría las buenas nuevas del Reino de Dios a la gente que necesitaba aprender sobre la misericordia divina.

3- En diciembre de 1998, dos Testigos conocieron a un oficial del antiguo ejército soviético que estaba retirado. Puesto que creía en la existencia de un Creador, aceptó estudiar la Biblia, y su esposa también lo hizo algún tiempo después. Ambos progresaron con rapidez, y en breve llegaron a ser publicadores no bautizados. Al verano siguiente se bautizó el ex oficial. El gran amor de ambos por los asuntos espirituales ha servido de estímulo para todos los miembros de la congregación. Y por si fuera poco, trabajaron arduamente a fin de transformar una residencia de la localidad en un magnífico Salón del Reino.

4- Me sorprendió mucho que Manuela, mi esposa, empezara a estudiar la Biblia con una misionera llamada Janet y asistiera a las reuniones. A mí no me importaba llevarla en auto hasta el salón, pero no quería entrar, pues pensaba que los asistentes se comportarían de manera exaltada y ruidosa.

Cierto día, Manuela me preguntó si permitiría que Ian, el esposo de Janet, me visitara. Al principio no me gustó la idea, pero luego pensé que con todos mis conocimientos de religión podría rebatir cualquier cosa que él me dijera. Cuando lo conocí, lo que más me impresionó fue su actitud, no tanto sus palabras. Era amable y respetuoso, y no trataba de avergonzarme con sus conocimientos de la Biblia.

A la semana siguiente decidí visitarlos, donde, como mencioné al principio, escuché hablar a aquel niñito. Conforme lo escuchaba leer y explicar versículos del libro bíblico de Isaías, me fui dando cuenta de que había encontrado una organización excepcional. ¡Qué ironía! En mi juventud quería ser un respetado oficial militar, y ahora quería ser como aquel niñito y enseñar la Biblia. De pronto noté que mi corazón se había ablandado y se había hecho más receptivo.

Con el paso del tiempo observé otros detalles que me gustaron mucho. Eran puntuales, me saludaban con cordialidad y hacían que me sintiera a gusto. También me llamó la atención que iban limpios y bien arreglados. Pero lo que más me atrajo fue lo bien organizadas que estaban sus reuniones: si había un discurso programado para cierto día, ese era el que se daba. Eran muy disciplinados, y no porque alguien los intimidara, sino por su amor cristiano.

Después de mi primera reunión acepté estudiar la Biblia con Ian usando el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra.* Todavía recuerdo un dibujo del capítulo 3, donde aparece un obispo bendiciendo a los soldados antes de ir a combatir. Yo sabía que eso era cierto, pues lo había visto con mis propios ojos. Conseguí el libro Razonamiento a partir de las Escrituras, y cuando leí lo que la Biblia enseña sobre la neutralidad, me di cuenta de que debía hacer algunos cambios. Decidí salirme por completo de la Iglesia Católica. Además, comencé a pensar en retirarme del ejército.

Progreso con miras al bautismo

A las pocas semanas oí que la congregación participaría en la limpieza del coliseo que se iba a utilizar para una asamblea. Me emocionó la idea de asistir, y con gusto fui a limpiar con los demás. Disfruté muchísimo del trabajo y del compañerismo cristiano. Mientras estaba barriendo, se me acercó un joven y me preguntó si yo era el vicealmirante.

“Sí, lo soy”, respondí.

“¡Esto es increíble! —exclamó asombrado—. ¡Un vicealmirante barriendo!” A un oficial de alto rango jamás se le vería recogiendo un papel del suelo, mucho menos barriendo. El joven había sido mi chofer personal en el ejército.

Igualdad basada en el amor

La disciplina militar se basa en el respeto al rango, concepto que había llegado a estar profundamente arraigado en mí. Por ejemplo, recuerdo haber preguntado si algunos cristianos son más importantes que otros dependiendo del puesto de responsabilidad que ocupen o las tareas que desempeñen. Era obvio que mi criterio sobre el rango y el puesto seguía arraigado en mí, pero pronto cambiaría por completo.

Corría entonces el año 1989. Un día oí que un miembro del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová vendría de Nueva York a Bolivia y pronunciaría una conferencia en el coliseo. Tenía mucha curiosidad por ver cómo se trataría a un miembro de la “élite” de la organización. Yo creía que a alguien en un puesto así se le recibiría con cierta pompa.

Pues bien, cuando empezó aquella reunión especial, no había ningún indicio de que hubiera llegado alguien importante, y me extrañó. Sentados a nuestro lado había un matrimonio mayor. Como Manuela se dio cuenta de que la esposa llevaba un cancionero en inglés, durante el intermedio empezó a conversar con ella. Pero luego la pareja se marchó.

¡Qué sorpresa la nuestra cuando vimos que el esposo de la señora subía a la plataforma para presentar el discurso principal! En aquel instante, todo lo que yo había aprendido en el ejército sobre el rango, el respeto, el poder y el puesto adquirió una nueva perspectiva. “¿Te diste cuenta? —le dije a mi esposa—. El hermano que estaba sentado a nuestro lado en estos incómodos asientos era nada menos que un miembro del Cuerpo Gobernante.”

Ahora sonrío cuando pienso en las muchas veces que Ian trató de ayudarme a entender las palabras de Jesús recogidas en Mateo 23:8“Todos ustedes son hermanos”.

Empiezo a predicar

Cuando quedé exento de toda obligación militar, Ian me invitó a predicar de casa en casa con él (Hechos 20:20). Fuimos precisamente a la zona adonde yo no quería ir, pues allí vivían muchos militares. En una de las casas abrió la puerta un general en particular con quien no quería encontrarme. Me puse muy nervioso y no supe qué decir, sobre todo cuando, al verme con la Biblia y un maletín, me preguntó con desprecio: “¿Qué te ha pasado?”.
Oré brevemente en silencio y enseguida cobré confianza y sentí que me embargaba una gran calma. El general me escuchó e incluso aceptó unas publicaciones bíblicas. Aquello me impulsó a dedicar mi vida a Jehová, y el 3 de enero de 1990 me bauticé en símbolo de mi dedicación.

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