lunes, 19 de mayo de 2014

Escuchemos el consejo, aceptemos la disciplina



“Todos tropezamos muchas veces”, afirma la Biblia en Santiago 3:2. Seguramente podemos pensar en muchas ocasiones en las que no hemos estado a la altura de lo que nos exige la Palabra de Dios. Por consiguiente, reconocemos que esta tiene razón cuando dice: “Escucha el consejo y acepta la disciplina, a fin de que te hagas sabio en tu futuro” (Proverbios 19:20). Sin duda ya hemos hecho cambios para conformar nuestra vida a las enseñanzas bíblicas. Pero ¿cómo reaccionamos cuando un hermano cristiano nos aconseja sobre un asunto en particular?
 La reacción de algunos es justificarse, restar importancia a la gravedad de sus actos o echar la culpa a otros. El mejor proceder, sin embargo, es escuchar los consejos y ponerlos por obra (Hebreos 12:11). Ahora bien, nadie debe esperar perfección de los demás, ni tampoco ofrecer constantes recomendaciones sobre asuntos triviales o sobre aquellos que, según la Biblia, son de elección personal. Y en caso de que el consejero no haya tenido en cuenta todos los factores, se le pueden mencionar con el debido respeto. No obstante, en el resto del capítulo se parte del supuesto de que el consejo o la disciplina son oportunos y se basan en las Escrituras. ¿Cómo se espera que respondamos cuando así sucede?
Ejemplos aleccionadores
 En la Palabra de Dios encontramos casos reales de personas que recibieron consejos necesarios, los cuales a veces iban acompañados de disciplina. Una de esas personas fue el rey Saúl de Israel, quien desobedeció la orden de Jehová respecto a la nación de Amaleq. Los amalequitas habían luchado contra el pueblo de Dios, por lo que Jehová había decretado la aniquilación tanto de ellos como de sus animales. Pero Saúl perdonó la vida del rey y de lo mejor del ganado (1 Samuel 15:1-11).
Jehová envió al profeta Samuel a reprender a Saúl. ¿Cómo reaccionó este? Alegó que en realidad había destruido a los amalequitas, pero había decidido perdonar la vida del rey. Dicha decisión, sin embargo, contravenía el mandato de Jehová (1 Samuel 15:20). Además, intentó atribuir al pueblo la culpa de que él no hubiera exterminado a todo el ganado. Dijo: “Temí al pueblo y por eso obedecí su voz” (1 Samuel 15:24). Al parecer, lo que más le preocupaba era su reputación, pues le pidió a Samuel que lo honrara ante el pueblo (1 Samuel 15:30). Finalmente, Jehová lo rechazó como rey (1 Samuel 16:1).
 El rey Uzías de Judá “actuó infielmente contra Jehová su Dios y entró en el templo de Jehová para quemar incienso” (2 Crónicas 26:16). No obstante, solo los sacerdotes estaban autorizados para ofrecer incienso. Cuando el sumo sacerdote trató de detener a Uzías, este se enfureció. ¿Qué sucedió entonces? La Biblia dice: “La lepra misma relumbró en su frente [...], porque Jehová lo había herido. Y Uzías el rey continuó leproso hasta el día de su muerte” (2 Crónicas 26:19-21).
 ¿Por qué les resultó difícil a Saúl y Uzías aceptar la disciplina? El problema básico fue el orgullo: los dos tenían una opinión muy elevada de su valía personal. Mucha gente se causa daño a sí misma por esta razón. Según parece, creen que aceptar los consejos implica cierta deficiencia de su parte o perjudica su reputación. Pero el orgullo es una debilidad; nubla el juicio del individuo y hace que se resista a aceptar la ayuda que Jehová ofrece mediante su Palabra y su organización. De ahí que él nos advierta: “El orgullo está antes de un ruidoso estrellarse; y un espíritu altivo, antes del tropiezo” (Proverbios 16:18; Romanos 12:3).
Aceptemos los consejos
 Las Escrituras contienen también ejemplos instructivos de personas que se dejaron aconsejar. Pongamos por caso a Moisés, cuyo suegro le recomendó una forma de atender su enorme carga de trabajo. Moisés lo escuchó y puso en práctica su sugerencia de inmediato (Éxodo 18:13-24). ¿Por qué fue tan receptivo a los consejos un hombre que tenía tanta autoridad? Porque era humilde. “Moisés era con mucho el más manso de todos los hombres que había sobre la superficie del suelo.” (Números 12:3.) ¿Cuánta importancia reviste la mansedumbre? Sofonías 2:3 indica que nuestra vida depende de ella.
 El rey David cometió adulterio con Bat-seba e intentó ocultarlo haciendo que mataran a su esposo, Urías. Cuando Jehová envió al profeta Natán a censurar a David, este se arrepintió de lo que había hecho y admitió enseguida: “He pecado contra Jehová” (2 Samuel 12:13). Si bien Dios aceptó su arrepentimiento, no lo eximió de las consecuencias de su mala conducta. Le dijo que “una espada no se apartar[ía] de [su] propia casa”, que sus esposas serían entregadas “a [su] semejante” y que el hijo nacido de su relación adúltera “positivamente morir[ía]” (2 Samuel 12:10, 11, 14).

Cualidades inestimables que podemos cultivar
10 Para disfrutar de una buena relación con Jehová y con nuestros hermanos cristianos, debemos cultivar ciertas cualidades. Jesús se refirió a una de ellas cuando colocó a un niño en medio de sus discípulos y dijo: “A menos que ustedes se vuelvan y lleguen a ser como niñitos, de ninguna manera entrarán en el reino de los cielos. Por eso, cualquiera que se humille como este niñito, es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:3, 4). Los discípulos de Jesús tenían que ser más humildes, pues habían estado discutiendo sobre quién era el mayor (Lucas 22:24-27).

Una cualidad muy relacionada con la humildad es el altruismo, la inclinación a preocuparse por el bien ajeno. El apóstol Pablo escribió: “Que cada uno siga buscando, no su propia ventaja, sino la de la otra persona. [...] Por esto, sea que estén comiendo, o bebiendo, o haciendo cualquier otra cosa, hagan todas las cosas para la gloria de Dios. Eviten hacerse causas de tropiezo tanto a judíos como a griegos y a la congregación de Dios” (1 Corintios 10:24-33). Con estas palabras, Pablo no nos pide que renunciemos a todas nuestras preferencias personales; más bien, nos exhorta a no hacer nada que pueda animar a alguien a actuar en contra de los dictados de su conciencia.
 ¿Antepone usted el bienestar de los demás a sus preferencias? Todos deberíamos aprender a hacerlo así. Podemos manifestar altruismo en muchos campos, pero, a modo de ejemplo, hablemos de la ropa y el arreglo personal. Es cierto que se trata de una cuestión de gustos, siempre y cuando se respete la norma bíblica de ser modestos, pulcros y limpios. Pero si nos enterásemos de que nuestra forma de vestir o arreglarnos impide que escuchen el mensaje del Reino ciertas personas de la comunidad de antecedentes distintos a los nuestros, ¿haríamos los cambios pertinentes? No cabe duda de que ayudar a otra persona a alcanzar la vida eterna es más importante que complacernos a nosotros mismos.
 En lo que respecta a ser humilde y mostrar interés por los demás, Jesús dio el ejemplo, hasta el punto de lavarles los pies a sus discípulos (Juan 13:12-15). La Palabra de Dios dice de él: “Mantengan en ustedes esta actitud mental que también hubo en Cristo Jesús, quien, aunque existía en la forma de Dios, no dio consideración a una usurpación, a saber, que debiera ser igual a Dios. No; antes bien, se despojó a sí mismo y tomó la forma de un esclavo y llegó a estar en la semejanza de los hombres. Más que eso, al hallarse a manera de hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte” (Filipenses 2:5-8; Romanos 15:2, 3).



Movido por su amor e interés por nosotros, Jehová nos ayuda a hacer frente a los problemas. Millones de personas ya han recibido dicha asistencia mediante un estudio de la Biblia en su hogar. Asimismo, los padres aconsejan y disciplinan a sus hijos para que no incurran en un tipo de conducta que les cause sufrimientos (Proverbios 6:20-23). Dentro de la congregación, los hermanos a menudo piden sugerencias a los evangelizadores más experimentados a fin de mejorar en la predicación. Los ancianos también solicitan a veces consejo a los demás ancianos o a otros cristianos con experiencia en el ministerio. Quienes tienen las debidas cualidades espirituales utilizan la Biblia para ayudar con espíritu de apacibilidad a aquellos que lo necesitan. Ahora bien, si usted aconseja, acuérdese de ‘vigilarse a sí mismo, por temor de que usted también sea tentado’ (Gálatas 6:1, 2). Todos, en definitiva, necesitamos consejo y disciplina para adorar en unidad al único Dios verdadero.


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