miércoles, 16 de julio de 2014

Una señal de la presencia de Jesús



Vea los últimos temblores alrededor del mundo en el siguiente registro de sismos:
http://www.iris.washington.edu/seismon/eventlist/index.phtml

Jesús predijo que los terremotos en gran cantidad y magnitud serían una de las características de la señal de su presencia. (Mt 24:3, 7, 8; Lu 21:11.) Desde 1914 E.C. ha habido un aumento en la cantidad de terremotos que han causado mucha angustia. Tomando como base datos obtenidos del Centro Nacional de Datos Geofísicos de Boulder (Colorado, E.U.A.), así como varias obras de consulta, en 1984 se hizo un cómputo de los terremotos que habían sobrepasado una intensidad de 7,5 en la escala Richter, los que habían ocasionado daños valorados en más de cinco millones de dólares (E.U.A.) y los que habían ocasionado un centenar de muertes o más. El cómputo indicó que durante los dos mil años anteriores a 1914 habían ocurrido 856 temblores de estas características, pero que en solo los sesenta y nueve años posteriores a 1914 se habían producido 605. Esta estadística demuestra la incidencia de los terremotos durante este período de la historia.

Usos figurados y simbólicos.

En las Escrituras los terremotos se emplean a menudo en sentido figurado para indicar la sacudida y derrocamiento de naciones y reinos. La antigua Babilonia confiaba en dioses falsos, como Nebo y Marduk, los cuales, según creían los babilonios, llenaban los cielos. También confiaba en gran manera en el poder de su enorme fuerza militar, pero Dios dijo en una declaración formal contra ella: “Haré que el cielo mismo se agite, y la tierra se mecerá y moverá de su lugar ante el furor de Jehová de los ejércitos”. (Isa 13:13.) Por lo que a Babilonia se refiere, debió sufrir una gran sacudida cuando su imperio cayó y su territorio dejó de pertenecerle como tercera potencia mundial, y se convirtió en una simple provincia del Imperio persa. (Da 5:30, 31.)

En otras referencias, David dice que Jehová lucha por él valiéndose de un terremoto. (2Sa 22:8; Sl 18:7.) Jehová habla de mecer los cielos y la Tierra y el mar y el suelo seco. Mecería todas las naciones para el bien de su pueblo, y, como resultado, las cosas deseables de las naciones entrarían y Él llenaría Su casa de gloria. (Ag 2:6, 7.)

El apóstol Pablo utiliza como ilustración la imponente exhibición que aconteció en Sinaí y la compara a la ocasión —mayor y más impresionante— en que la congregación cristiana de los primogénitos se reúne en el monte Sión celestial ante Dios y su Hijo, el Mediador. Prosigue con la ilustración del terremoto que hubo en Sinaí y le da una aplicación simbólica, animando a los cristianos a continuar sirviendo con valor y fe en vista de que el Reino y los que se adhieren a él podrán permanecer en pie, mientras que todas las otras cosas de los cielos y la Tierra simbólicos serán sacudidas en pedazos. (Heb 12:18-29.)

Cuando se inauguró el pacto de la Ley en Sinaí, se produjo un formidable terremoto con, al parecer, alguna actividad volcánica, lo que constituyó un marco impresionante para aquel acto. (Éx 19:18; Sl 68:8.) Jehová tuvo una intervención directa en aquella demostración de poder, pues habló desde la montaña por medio de un ángel. (Éx 19:19; Gál 3:19; Heb 12:18-21.)

La aterradora potencia destructiva de los terremotos en ocasiones ha sido prueba del juicio de Jehová contra los que quebrantan su ley. (Na 1:3-6.) Jehová se sirvió de un terremoto para ejecutar a los rebeldes Datán y Abiram, así como a la casa de Coré. El registro dice que la tierra abrió su boca y los tragó, haciéndolos descender vivos al Seol. (Nú 16:27, 32, 33.) También ocurrió un temblor de tierra antes de que Jehová corrigiese a Elías y volviera a encomendarle nuevas asignaciones de servicio. (1Re 19:11-18.) Otros terremotos han ocurrido milagrosamente para ayudar al pueblo de Jehová, como cuando Jonatán y su escudero atacaron con audacia una avanzadilla filistea. En respuesta a su fe, Jehová originó un terremoto que puso en confusión a todo el campamento filisteo, de modo que se mataron entre ellos y los sobrevivientes se dieron a la fuga. (1Sa 14:6, 10, 12, 15, 16, 20, 23.)

Hacia las tres de la tarde del día en que murió Jesús, un terremoto hendió las masas rocosas, con lo que las tumbas conmemorativas se abrieron y arrojaron los cadáveres que había en ellas. Además, la cortina del santuario del templo reconstruido por Herodes se rasgó de arriba abajo. Previamente, la tierra se había oscurecido. Hay quien opina que tal vez eso se debiese a actividad volcánica, pues suele ocurrir que el humo y la ceniza que expulsan los volcanes oscurece el cielo. Sin embargo, no existe ningún indicio de que el terremoto estuviese acompañado de una erupción volcánica. (Mt 27:45, 51-54; Lu 23:44, 45.) Otro terremoto ocurrió el día de la resurrección de Jesús, cuando un ángel descendió del cielo e hizo rodar la piedra que impedía la entrada a la tumba. (Mt 28:1, 2.) El apóstol Pablo y su compañero Silas recibieron respuesta a sus oraciones y canciones de alabanza cuando un gran terremoto abrió las puertas de la prisión y soltó las cadenas de los prisioneros. Este incidente llevó a la conversión del carcelero y su casa. (Hch 16:25-34.)

El mayor terremoto de todos, que aún está por venir, es de carácter simbólico, y se habla de él en relación con la séptima de las siete últimas plagas simbólicas de Revelación. No se dice que destrozará una o dos ciudades, como han hecho algunos de los terremotos más violentos, sino “las ciudades de las naciones”. El relato de Juan sobre este cataclismo dice: “Ocurrió un gran terremoto como el cual no había ocurrido uno desde cuando los hombres vinieron a estar en la tierra, tan extenso el terremoto, tan grande. Y la gran ciudad [Babilonia la Grande] se dividió en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron”. (Rev 16:18, 19.)

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