jueves, 10 de julio de 2014

Aprende a ser humilde

Humildad es la virtud contrapuesta al orgullo o la arrogancia. No es debilidad, sino una disposición mental que agrada a Jehová.

Para ser humildes tenemos que razonar sobre nuestra relación personal con Dios y con nuestro semejante según se indica en la Biblia, y luego poner en práctica los principios aprendidos. “Hijo mío, si has salido fiador por tu semejante, [...] si has sido cogido en un lazo por los dichos de tu boca, [...] has caído en la palma de la mano de tu semejante: Ve y humíllate [pisotéate], e inunda con importunaciones a tu semejante. [...] Líbrate”. (Pr 6:1-5.) En otras palabras: echa a un lado tu orgullo, reconoce tu error, endereza los asuntos y busca perdón. Jesús exhortó a que las personas se humillasen delante de Dios como si fueran un niño, y que en vez de tratar de ser prominentes, ministrasen o sirviesen a sus hermanos. (Mt 18:4; 23:12.)

También se aprende humildad cuando se pasa por una experiencia que hace humillar el espíritu. Jehová dijo a Israel que los había humillado haciéndolos vagar cuarenta años por el desierto a fin de ponerlos a prueba para ver lo que había en su corazón, y para hacerles saber que “no solo de pan vive el hombre, sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre”. (Dt 8:2, 3.) Sin duda muchos de los israelitas se beneficiaron de esta dura experiencia y se hicieron más humildes debido a ella. (Compárese con Le 26:41; 2Cr 7:14; 12:6, 7.) Si una persona o una nación rehúsa humillarse o aceptar disciplina humillante, a su debido tiempo sufrirá humillación. (Pr 15:32, 33; Isa 2:11; 5:15.)
Le agrada a Dios.

La humildad tiene un gran valor a los ojos de Jehová. Aunque Dios no le debe nada a la humanidad, debido a su bondad inmerecida está dispuesto a mostrar misericordia y favor a los que se humillan delante de Él. Esas personas muestran que no confían o se jactan en sí mismos, sino que buscan a Dios y desean hacer su voluntad. Como dijeron los escritores cristianos inspirados Santiago y Pedro, “Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes”. (Snt 4:6; 1Pe 5:5.)

Jehová oye incluso a aquellos que en el pasado han practicado vilezas, si verdaderamente se humillan delante de Él y le ruegan que les extienda su misericordia, Él los oye. Al promover la adoración falsa en el país, el rey Manasés de Judá sedujo a los habitantes de Judá y Jerusalén “para que hicieran peor que las naciones que Jehová había aniquilado de delante de los hijos de Israel”. Sin embargo, después que Jehová permitió que Manasés fuese llevado cautivo al rey de Asiria, “siguió humillándose mucho a causa del Dios de sus antepasados. Y siguió orando a Él, de modo que Él se dejó rogar por él y oyó su petición de favor y lo restauró en Jerusalén a su gobernación real; y Manasés llegó a saber que Jehová es el Dios verdadero”. Así fue como Manasés aprendió la humildad. (2Cr 33:9, 12, 13; compárese con 1Re 21:27-29.)

Da la guía debida.

El que se humilla delante de Dios puede esperar que Él lo guíe y ayude. Sobre Esdras recayó la difícil tarea de dirigir el viaje de regreso de Babilonia a Jerusalén de más de 1.500 hombres, sin contar a los sacerdotes, los netineos, las mujeres y los niños. Además, llevaban consigo una gran cantidad de oro y plata para hermosear el templo de Jerusalén. Necesitaban protección en el viaje, pero Esdras no quiso pedir al rey de Persia una escolta militar, lo que hubiera significado ampararse en el poder humano, máxime cuando anteriormente le había dicho: “La mano de nuestro Dios está sobre todos los que lo buscan para bien”. Por lo tanto, proclamó un ayuno para que el pueblo se humillase delante de Jehová. Pidieron ayuda a Dios, y Él los escuchó y protegió de las emboscadas, de modo que pudieron realizar el viaje sin incidentes. (Esd 8:1-14, 21-32.) Dios favoreció a Daniel, mientras este estaba en el exilio en Babilonia, enviándole un ángel con una visión debido a que se había humillado ante Él en su búsqueda de guía y entendimiento. (Da 10:12.)

La humildad guiará a la persona por la senda verdadera y le traerá gloria, puesto que Dios es el que ensalza y abate. (Sl 75:7.) “Antes de un ruidoso estrellarse el corazón del hombre es altanero, y antes de la gloria hay humildad.” (Pr 18:12; 22:4.) Por lo tanto, el que por su altivez busca prestigio fracasará, como le sucedió al rey Uzías de Judá, que se ensoberbeció y usurpó los deberes sacerdotales: “Tan pronto como se hizo fuerte, su corazón se hizo altivo aun hasta el punto de causar ruina, de modo que actuó infielmente contra Jehová su Dios y entró en el templo de Jehová para quemar incienso sobre el altar del incienso”. Cuando se enfureció con los sacerdotes porque lo corrigieron, se le hirió con lepra. (2Cr 26:16-21.) La falta de humildad descarrió a Uzías para su propia perdición.

Es una ayuda en tiempo de adversidad.

La humildad es de gran ayuda al enfrentarse al desafío de la adversidad. Si sobreviene calamidad, la humildad ayuda a aguantar y perseverar, así como a continuar sirviendo a Dios. El rey David pasó por muchas adversidades. Fue perseguido como un proscrito por el rey Saúl. Pero nunca se quejó de Dios ni se ensalzó a sí mismo por encima del ungido de Jehová. (1Sa 26:9, 11, 23.) Cuando pecó contra Jehová debido a sus relaciones con Bat-seba, y Natán, el profeta de Dios, le censuró con gran firmeza, David se humilló delante de Dios. (2Sa 12:9-23.) Más tarde, cuando cierto benjamita llamado Simeí empezó a invocar el mal sobre David públicamente, y su oficial Abisai quiso matarlo por haber sido tan irrespetuoso con el rey, David demostró humildad. Respondió a Abisai: “Miren que mi propio hijo, que ha salido de mis mismas entrañas, anda buscando mi alma; ¡y cuánto más ahora un benjaminita! [...] Quizás vea Jehová con su ojo, y Jehová realmente me restaure el bien en vez de su invocación de mal este día”. (2Sa 16:5-13.) Después David censó al pueblo en contra de la voluntad de Jehová. El relato lee: “Y el corazón de David empezó a darle golpes después de haber contado así al pueblo. Por consiguiente, David dijo a Jehová: ‘He pecado muchísimo en lo que he hecho [...] he obrado muy tontamente’”. (2Sa 24:1, 10.) Aunque fue castigado, siguió siendo rey; su humildad le permitió recobrar el favor de Jehová.

Una cualidad de Dios. Jehová Dios dice de sí mismo que es humilde. No se trata de que sea inferior en algo ni de que deba sumisión a nadie. Su humildad radica en que ejerce misericordia y gran compasión para con los humildes pecadores. El que hasta se interese en los pecadores y haya provisto a su Hijo como sacrificio por los pecados de la humanidad es una expresión de su humildad. Jehová Dios ha permitido la iniquidad durante unos seis mil años, así como que la humanidad viniese a la existencia a pesar de que su padre Adán había pecado. Por su bondad inmerecida, mostró misericordia a la descendencia de Adán, dándoles la oportunidad de alcanzar la vida eterna. (Ro 8:20, 21.) Todo ello pone de manifiesto la humildad de Dios, junto con sus otras excelentes cualidades.

El rey David vio y apreció esta cualidad en la bondad inmerecida que Dios ejerció con él. Después que Jehová le había librado de la mano de todos sus enemigos, cantó: “Tú me darás tu escudo de salvación, y tu humildad es lo que me hace grande”. (2Sa 22:36; Sl 18:35.) Aunque Jehová se sienta en su lugar ensalzado en los más altos cielos y con la máxima dignidad, sin embargo, puede decirse: “¿Quién es como Jehová nuestro Dios, aquel que está haciendo su morada en lo alto? Está condescendiendo en tender la vista sobre cielo y tierra, y levanta al de condición humilde desde el polvo mismo; ensalza al pobre del mismísimo pozo de cenizas, para hacer que se siente con nobles, con los nobles de su pueblo”. (Sl 113:5-8.)


La humildad de Jesucristo.

Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, puso el mejor ejemplo de humildad como siervo de Dios. La noche antes de su muerte se ciñó con una toalla, y lavó y secó los pies de cada uno de sus doce apóstoles, un servicio que acostumbraban a efectuar los criados y los esclavos. (Jn 13:2-5, 12-17.) Él había dicho a sus discípulos: “El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado”. (Mt 23:12; Lu 14:11.) El apóstol Pedro, que estuvo presente esa noche, recordó el excelente ejemplo que puso Jesús de vivir de acuerdo con sus palabras. Más tarde aconsejó a sus compañeros creyentes: “Todos ustedes cíñanse con humildad mental los unos para con los otros [...]. Humíllense, por lo tanto, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los ensalce al tiempo debido”. (1Pe 5:5, 6.)

El apóstol Pablo estimula a los cristianos a tener la misma actitud mental que tuvo Jesucristo. Llama la atención a la elevada posición que tenía el Hijo de Dios en su existencia prehumana con su Padre Jehová en los cielos, y a que estuvo dispuesto a despojarse a sí mismo tomando la forma de esclavo para llegar a ser semejante a los hombres. Pablo añade: “Más que eso, al hallarse [Jesús] a manera de hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, sí, muerte en un madero de tormento”. Las palabras de Jesús en cuanto a la recompensa que recibe el que se humilla resultaron absolutamente veraces en su propio caso, puesto que el apóstol añade: “Por esta misma razón, también, Dios lo ensalzó a un puesto superior y bondadosamente le dio el nombre que está por encima de todo otro nombre”. (Flp 2:5-11.)

Pero es aún más sobresaliente el hecho de que aunque Cristo goza de una posición tan ensalzada, cuando ejerza ‘toda autoridad en el cielo y sobre la tierra’ para llevar a cabo la voluntad de Dios respecto a la Tierra (Mt 28:18; 6:10), al final de su reinado de mil años su humildad no habrá cambiado. Por eso las Escrituras dicen: “Pero cuando todas las cosas le hayan sido sujetadas, entonces el Hijo mismo también se sujetará a Aquel que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas para con todos”. (1Co 15:28.)

Jesucristo dijo de sí mismo: “Soy de genio apacible y humilde de corazón”. (Mt 11:29.) Cuando se presentó a la gente de Jerusalén como su rey, cumplió la profecía que decía de él: “¡Mira! Tu rey mismo viene a ti. Es justo, sí, salvado; humilde, y cabalga sobre un asno, aun sobre un animal plenamente desarrollado, hijo de un asna”. (Zac 9:9; Jn 12:12-16.) Cuando desde su ensalzada posición celestial ataca a los enemigos de Dios, se le da proféticamente el mandato: “En tu esplendor sigue adelante al éxito; cabalga en la causa de la verdad y la humildad y la justicia”. (Sl 45:4.) Por lo tanto, los que son humildes pueden regocijarse aunque hayan sufrido quebranto y maltrato a manos de personas orgullosas y altaneras, ya que pueden derivar consuelo de las palabras: “Busquen a Jehová, todos ustedes los mansos de la tierra, los que han practicado Su propia decisión judicial. Busquen justicia, busquen mansedumbre. Probablemente se les oculte en el día de la cólera de Jehová”. (Sof 2:3.)

Las palabras de Jehová a Israel antes de la destrucción de Jerusalén advirtieron y consolaron a los humildes, pues Él dijo que actuaría en favor suyo a su debido tiempo: “Entonces removeré de en medio de ti a los tuyos que altivamente se alborozan; y nunca más serás altiva en mi santa montaña. Y ciertamente dejaré permanecer en medio de ti un pueblo humilde y de condición abatida, y realmente se refugiarán en el nombre de Jehová”. (Sof 3:11, 12.) La humildad verdaderamente resultará en la salvación de muchos, tal como está escrito: “A la gente humilde la salvarás; pero tus ojos están contra los altivos, para rebajarlos”. (2Sa 22:28.) De modo que tenemos la seguridad de que el rey Jesucristo, que cabalga en la causa de la verdad, de la humildad y de la justicia, salvará a su pueblo, que se humilla ante él y ante su Padre, Jehová.

Los cristianos deben cultivar la humildad. Después que el apóstol Pablo aconseja a sus compañeros cristianos que se vistan de la nueva personalidad que “va haciéndose nueva según la imagen de Aquel que la ha creado”, dice: “De consiguiente, como escogidos de Dios, santos y amados, vístanse de los tiernos cariños de la compasión, la bondad, la humildad mental, la apacibilidad y la gran paciencia”. (Col 3:10, 12.) Citando del excelente ejemplo de Cristo, les exhorta a considerar “con humildad mental que los demás [siervos de Dios] son superiores a [ellos]”. (Flp 2:3.) De nuevo hace el llamamiento: “Estén dispuestos para con otros del mismo modo como lo están para consigo mismos; no tengan la mente puesta en cosas encumbradas, sino déjense llevar con las cosas humildes. No se hagan discretos a sus propios ojos”. (Ro 12:16.)

En esta misma línea Pablo dice a los cristianos de la ciudad de Corinto: “Porque, aunque soy libre respecto de toda persona, me he hecho el esclavo de todos, para ganar el mayor número de personas. Y por eso a los judíos me hice como judío, para ganar a judíos; a los que están bajo ley me hice como bajo ley, aunque yo mismo no estoy bajo ley, para ganar a los que están bajo ley. A los que están sin ley me hice como sin ley, aunque yo no estoy sin ley para con Dios, sino bajo ley para con Cristo, para ganar a los que están sin ley. A los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho toda cosa a gente de toda clase, para que de todos modos salve a algunos”. (1Co 9:19-22.) Se necesita verdadera humildad para hacer esto.

Obra en favor de la paz.

 La humildad promueve la paz. La persona humilde no lucha contra sus hermanos cristianos para defender sus supuestos “derechos” personales. El apóstol razonó que aunque tenía libertad para hacer todas las cosas, haría solo lo que fuera edificante, y si algo en particular molestaba la conciencia de un hermano, dejaría de hacerlo. (Ro 14:19-21; 1Co 8:9-13; 10:23-33.)

También requiere humildad el mantener la paz poniendo en práctica el consejo de Jesús de perdonar a los demás los pecados que cometan contra nosotros. (Mt 6:12-15; 18:21, 22.) Cuando alguien ofende a otra persona, supone una prueba para su humildad obedecer el mandato de dirigirse al ofendido y admitir el error pidiendo perdón (Mt 5:23, 24), y en el caso de que sea el ofendido el que se dirige al ofensor, solo el amor y la humildad podrán mover al ofensor a reconocer su error y a actuar inmediatamente para enderezar los asuntos. (Mt 18:15; Lu 17:3; compárese con Le 6:1-7.) No obstante, la paz que tal humildad produce tanto al individuo como a la organización sobrepasa cualquier sentimiento de humillación; además, esa acción humilde desarrolla y fortalece en la persona la excelente cualidad de la humildad.

Esencial para la unidad de la congregación.

La humildad ayudará al cristiano a estar contento con lo que tiene y a mantener el gozo y el equilibrio. La interdependencia de la congregación cristiana, según lo ilustró el apóstol en 1 Corintios, capítulo 12, se basa en la obediencia, la humildad y la sumisión al orden teocrático. Por lo tanto, aunque a los varones de la congregación se les dice: “Si algún hombre está procurando alcanzar un puesto de superintendente, desea una obra excelente”, también se les recuerda que no busquen ambiciosamente un puesto de responsabilidad, como, por ejemplo, el de ser maestros de la congregación, puesto que estos “[recibirán] juicio más severo”. (1Ti 3:1; Snt 3:1.)

Todos, tanto hombres como mujeres, deberían ser sumisos a los que llevan la delantera y esperar que Jehová les dé cualquier nombramiento o asignación de servicio, puesto que de Él procede el nombramiento. (Sl 75:6, 7.) Tal como dijeron algunos de los levitas, hijos de Coré: “He escogido estar de pie al umbral en la casa de mi Dios más bien que ir de acá para allá en las tiendas de la iniquidad”. (Sl 84:10.) Lleva tiempo desarrollar tal humildad verdadera. Cuando las Escrituras enumeran de aquellos a quienes se nombraría para el puesto de superintendente, especifican que no debería nombrarse a nadie recién convertido, “por temor de que se hinche de orgullo y caiga en el juicio pronunciado contra el Diablo”. (1Ti 3:6.)

Humildad falsa. A los cristianos se les advierte que su humildad no sea solo superficial, para que no lleguen a estar “[hinchados] sin debida razón por su disposición de ánimo carnal”. El que es verdaderamente humilde no pensará que el Reino de Dios o la entrada en él tiene que ver con lo que come o bebe, o con lo que evita comer o beber. La Biblia indica que uno puede comer y beber, o bien abstenerse de tomar ciertas cosas si cree que debe hacerlo debido a su salud o su conciencia. No obstante, si alguien piensa que se gana el favor de Dios siguiendo o abandonando determinadas prácticas como el comer, beber o tocar ciertas cosas, u observar ciertos días religiosos, no se da cuenta de que dichas prácticas tienen “una apariencia de sabiduría en una forma autoimpuesta de adoración y humildad ficticia, un tratamiento severo del cuerpo; pero no son de valor alguno en combatir la satisfacción de la carne”. (Col 2:18, 23; Ro 14:17; Gál 3:10, 11.)

La falsa humildad en realidad puede resultar en que el individuo se haga altivo, puesto que puede llegar a pensar que es justo debido a sus propios méritos, o puede sentir que lleva a cabo sus fines, sin darse cuenta de que no puede engañar a Jehová. Si se hace altivo, con el tiempo será humillado de una manera que no le gustará. Será abatido, y cabe la posibilidad de que sea para su propia destrucción. (Pr 18:12; 29:23.)

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