domingo, 27 de julio de 2014

La traición de Almeida

‘No tratemos traidoramente unos con otros.’ (MALAQUÍAS 2:10.)




UN "JUDAS CUBANO"


   En la década del 60, el Comandante Juan Almeida, tercero al mando en el gobierno de Fidel Castro, planeaba con Kennedy un golpe de estado contra el gobierno castrista. Según investigadores norteamericanos de Discovery, el Presidente estadounidense de ese entonces, John Kennedy, había establecido comunicación con el Tercero al mando de la Revolución cubana, el Comandante Juan Almeida para que le diera un golpe de estado al presidente de Cuba, Fidel Castro, cuando se debatía el rumbo político que adoptarían los cubanos de seguir el camino Capitalista o de unirse al sistema socialista soviético.


Pensemos ahora en la traición de Judas Iscariote. En la última Pascua que Jesús celebró con sus doce apóstoles, les anunció: “En verdad les digo: Uno de ustedes me traicionará” (Mat. 26:21). Esa misma noche, ya en el jardín de Getsemaní, Jesús les dijo a Pedro, Santiago y Juan: “¡Miren! El que me traiciona se ha acercado”. Acto seguido, Judas apareció con sus cómplices y, “yendo directamente a Jesús, dijo: ‘¡Buenos días, Rabí!’, y lo besó muy tiernamente” (Mat. 26:46-50; Luc. 22:47, 52). Por su amor al dinero, Judas “había traicionado [...] sangre justa” y entregado a Jesús a sus enemigos. ¿Y cuánto cobró por ello? ¡Treinta míseras monedas de plata! (Mat. 27:3-5.) Desde entonces, el nombre Judas ha sido sinónimo de “traidor”, en especial de la clase que se esconde tras el disfraz de la amistad.

Veamos ahora el caso de Absalón. Cegado por la ambición, estaba decidido a usurpar el trono de su padre, el rey David. Comenzó “robándose el corazón de los hombres de Israel”, es decir, ganándose su favor con astutas promesas y fingidas expresiones de afecto. Los abrazaba y besaba como si de verdad se preocupara por ellos y sus necesidades (2 Sam. 15:2-6). Consiguió poner de su parte hasta al consejero de confianza de David, Ahitofel, quien se volvió traidor y se unió a la rebelión (2 Sam. 15:31). En los Salmos 3 y 55, David expresa cómo se sintió por tan terrible deslealtad (Sal. 3:1-8;léase Salmo 55:12-14). La conspiración contra el rey nombrado por Jehová puso de manifiesto que Absalón no sentía ningún respeto por la soberanía divina, y que era un ser ambicioso y descarado (1 Cró. 28:5). Al final, el golpe fracasó y David siguió reinando como el ungido de Jehová.


Nota: Fidel Castro que ha sido el dictador que se mantuvo más años en el poder en la isla, no es ni de lejos comparable a un siervo como David, y mucho menos al Hijo Unigénito de Jehová. Desconocemos cual sería el precio de la traición de Almeida, pudo ser ganar más protagonismo, más poder o una buena suma de dinero.  No olvidemos que  Juan Almeida Bosque adoraba a dioses paganos como Changó. Fracasado el plan golpista Almeida fue leal a Fidel hasta el día de su muerte manteniendo su status de privilegiado.



IMITEMOS A LOS LEALES

 La Biblia también contiene muchos ejemplos de lealtad. Examinemos dos de ellos para ver qué podemos aprender. Comencemos por un hombre que demostró su lealtad a David: Jonatán. Dado que era el hijo mayor del rey Saúl, tenía todas las probabilidades de heredar el trono de Israel. Sin embargo, Jehová eligió a David para ese puesto. En vez de ponerse celoso, Jonatán respetó la decisión divina. Y lejos de considerarlo como un rival, “la misma alma de Jonatán se ligó con el alma de David” y le juró lealtad. Hasta le regaló algunas de sus prendas de vestir, su espada, su arco y su cinturón, lo cual implicaba reconocer su dignidad real (1 Sam. 18:1-4). Además, hizo todo lo que pudo para “fortalecerle la mano”, arriesgando incluso su propia vida al defenderlo ante Saúl, su padre. Y lealmente animó a su amigo con estas palabras: “Tú mismo serás rey sobre Israel, y yo mismo llegaré a ser segundo a ti” (1 Sam. 20:30-34; 23:16, 17). No es de extrañar que, a la muerte de Jonatán, David expresara su dolor y el cariño que le tenía en una conmovedora canción (2 Sam. 1:17, 26).
 En el corazón de Jonatán no había ningún conflicto de lealtades. Él se sometía por completo al Señor Soberano Jehová y apoyaba sin reservas a David, el ungido de Dios. Del mismo modo, aunque nosotros no tengamos el honor de recibir alguna responsabilidad especial en la congregación, debemos respaldar gustosamente a los hermanos que han sido nombrados para guiarnos (1 Tes. 5:12, 13; Heb. 13:17, 24).
 El otro ejemplo positivo que vamos a analizar es el del apóstol Pedro, quien prometió lealtad a Jesús. Cuando el Gran Maestro empleó unos símbolos muy gráficos para ilustrar la importancia de demostrar fe en su carne y sangre, que pronto iba a sacrificar, muchos de sus discípulos se ofendieron y lo abandonaron (Juan 6:53-60, 66). Entonces Jesús se volvió a sus doce apóstoles y les preguntó: “Ustedes no quieren irse también, ¿verdad?”. Fue Pedro quien contestó: “Señor, ¿a quién nos iremos? Tú tienes dichos de vida eterna; y nosotros hemos creído y llegado a conocer que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6:67-69). ¿Acaso Pedro comprendió perfectamente todo lo que Jesús acababa de decir sobre su venidero sacrificio? Lo más probable es que no. Sin embargo, estaba decidido a ser leal al Hijo ungido de Dios.

Pedro no pensó que Jesús estaba equivocado y que con el tiempo se retractaría. Más bien, reconoció humildemente que Jesús tenía “dichos de vida eterna”. Pues bien, ¿cómo reaccionamos nosotros cuando en las publicaciones del “mayordomo fiel” hallamos algo que no comprendemos bien o que no concuerda con nuestro punto de vista? Deberíamos procurar entenderlo en vez de dar por sentado que con el tiempo cambiará y se ajustará a nuestra opinión (léase Lucas 12:42).


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