domingo, 1 de junio de 2014

¿Qué dice la Biblia sobre el divorcio y la separación?




DIVORCIO
La disolución legal de la unión marital, es decir la ruptura del vínculo matrimonial entre esposo y esposa. Varios de los términos que se emplearon en los idiomas originales para el verbo “divorciarse” tienen el sentido literal de ‘despedir’ (Dt 22:19, nota), ‘dejar ir’, ‘soltar’ (Mt 1:19, nota; Mt 19:3, nota), ‘expulsar’, ‘echar fuera’ (Le 22:13, nota) y ‘cortar’. (Compárese con Dt 24:1, 3, donde la expresión “certificado de divorcio” significa literalmente “libro de cortamiento”.)
Cuando Jehová unió a Adán y Eva en matrimonio, no dispuso medio alguno para un eventual divorcio, cosa que Jesús dejó muy clara en su respuesta a la pregunta que le hicieron los fariseos: “¿Es lícito para un hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. Jesucristo les explicó que el propósito de Dios era que el hombre dejara a sus padres y se uniera a su esposa, para así llegar a ser una sola carne, y añadió: “De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre”. (Mt 19:3-6; compárese con Gé 2:22-24.) A renglón seguido, los fariseos preguntaron: “Entonces, ¿por qué prescribió Moisés dar un certificado de despedida y divorciarse de ella?”. La respuesta de Jesús fue: “Moisés, en vista de la dureza del corazón de ustedes, les hizo la concesión de que se divorciaran de sus esposas, pero tal no ha sido el caso desde el principio”. (Mt 19:7, 8.)
Aunque a los israelitas les estaba permitido divorciarse por varias razones como una concesión, Jehová Dios reglamentó el divorcio en su Ley dada a Israel por medio de Moisés. Deuteronomio 24:1 dice: “En caso de que un hombre tome a una mujer y de veras la haga su posesión como esposa, entonces tiene que suceder que si ella no hallara favor a sus ojos por haber hallado él algo indecente de parte de ella, entonces él tendrá que escribirle un certificado de divorcio y ponérselo en la mano y despedirla de su casa”. No se especifica la naturaleza de la ‘indecencia’ (literalmente, “la desnudez de una cosa”), pero no podía ser adulterio porque, según la ley de Dios dada a Israel, la muerte, no el divorcio, era la sanción prescrita para aquellos que fuesen culpables de adulterio. (Dt 22:22-24.) Parece que en un principio la ‘indecencia’ que le daba al esposo hebreo base para el divorcio tenía que ver con acciones graves, como el que la esposa le demostrara gran falta de respeto o le acarrease vergüenza a la familia. Y ya que la Ley decía: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”, no es razonable suponer que pudieran usarse impunemente faltas insignificantes como excusas para divorciarse de la esposa. (Le 19:18.)
En los días de Malaquías muchos esposos judíos fueron desleales a sus esposas: se divorciaban de ellas por toda suerte de motivos, y así se libraban de las esposas de su juventud con el fin, tal vez, de casarse con mujeres paganas más jóvenes. En lugar de apoyar la ley de Dios, los sacerdotes permitieron este proceder y, en consecuencia, incurrieron en el desagrado de Jehová. (Mal 2:10-16.) Asimismo, parece que en el tiempo de Jesús los judíos se amparaban en muy diversas razones para divorciarse, como se ve por la pregunta que los fariseos le hicieron a Jesús: “¿Es lícito para un hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. (Mt 19:3.)
Según la costumbre israelita, el hombre pagaba una dote por la mujer que llegaba a ser su esposa y se la consideraba su posesión. Ella disfrutaba de muchas bendiciones y privilegios, pero tenía un papel subordinado en la unión marital. Su posición se muestra además en Deuteronomio 24:1-4, donde se menciona que el marido podía divorciarse de su esposa, pero no que la esposa pudiera divorciarse de su esposo; por ser considerada propiedad del esposo, no podía divorciarse de él. La primera mención extrabíblica de una israelita que intentó divorciarse de su esposo fue la de Salomé, la hermana del rey Herodes, quien envió a su esposo, el gobernador de Idumea, un certificado de divorcio disolviendo su matrimonio. (Antigüedades Judías, libro XV, cap. VII, sec. 10.) Las palabras de Jesús: “Si alguna vez una mujer, después de divorciarse de su esposo, se casa con otro, ella comete adulterio”, parecen indicar que, o bien el divorcio por iniciativa de la mujer ya había empezado a surgir en su día, o que preveía que esa situación se produciría. (Mr 10:12.)
Certificado de divorcio. Los abusos que se produjeron más tarde no deberían movernos a concluir que la concesión recogida en la ley mosaica facilitaba al esposo israelita la consecución del divorcio. Para hacerlo se seguía un procedimiento legal. El esposo tenía que redactar un documento —“escribirle [a su esposa] un certificado de divorcio”— y, hecho esto, “ponérselo en la mano y despedirla de su casa”. (Dt 24:1.) Aunque las Escrituras no entran en más detalles, parece que este procedimiento incluía el consultar a hombres debidamente autorizados, que primero intentarían reconciliar a la pareja. El tiempo que tomaba la preparación del certificado y la tramitación legal del divorcio daba lugar a que el esposo reconsiderara su decisión. Como el divorcio tenía que estar bien justificado, la observancia rigurosa de la ley evitaba que se hiciera precipitadamente. Además, así también se protegían los derechos e intereses de la esposa. Las Escrituras no dicen nada respecto al contenido del “certificado de divorcio”.
Segundas nupcias de cónyuges divorciados. En Deuteronomio 24:1-4 también se estipulaba que la mujer divorciada tendría “que salir de la casa de él e ir y llegar a ser de otro hombre”, lo que significaba que estaba libre para casarse de nuevo. De igual manera, se decía: “Si este último hombre le ha cobrado odio y le ha escrito un certificado de divorcio y se lo ha puesto en la mano y la ha despedido de su casa, o en caso de que muriera el último hombre que la haya tomado por esposa, no se permitirá al primer dueño de ella que la despidió tomarla de nuevo para que llegue a ser su esposa después que ella ha sido contaminada; porque eso es cosa detestable ante Jehová, y no debes conducir al pecado la tierra que Jehová tu Dios te da como herencia”. Al primer marido le estaba prohibido tomar de nuevo a la esposa de la que se había divorciado, quizás para evitar la posibilidad de que ambos tramaran el divorcio de ella de su segundo marido o, incluso, la muerte de este, con el fin de volver a casarse. Tomarla de nuevo era una inmundicia a los ojos de Dios, y ya que el primer marido la había despedido por ser una mujer en la que había hallado “algo indecente”, hacía el ridículo si volvía a tomarla después de haber estado unida legalmente a otro hombre.
Seguramente, el que el primer esposo no pudiese volver a casarse con la esposa de la que se había divorciado, después que ella se había casado de nuevo —aunque su segundo marido se divorciase de ella o muriese—, hacía que el esposo que tuviese la intención de poner fin a su matrimonio reflexionase seriamente antes de hacerlo. (Jer 3:1.) Sin embargo, no se especifica prohibición alguna en el supuesto de que ella no se hubiesecasado de nuevo después de haberse consumado el divorcio.
Despido de esposas paganas. Antes de que los israelitas entraran en la Tierra Prometida, se les dijo que no formaran alianzas matrimoniales con sus habitantes paganos. (Dt 7:3, 4.) No obstante, en los días de Esdras los judíos habían tomado esposas extranjeras, y, en oración a Dios, Esdras reconoció su culpabilidad en este asunto. En respuesta a su exhortación y en reconocimiento de su error, los hombres de Israel que habían tomado esposas extranjeras las despidieron “junto con hijos”. (Esd 9:10–10:44.)
Sin embargo, como se desprende del consejo inspirado de Pablo, los cristianos que provenían de diversas naciones (Mt 28:19) no tenían que divorciarse de sus cónyuges por no ser estos adoradores de Jehová, ni siquiera separarse de ellos. (1Co 7:10-28.) Pero cuando se trataba de contraer un nuevo matrimonio, a los cristianos se les aconsejaba casarse “solo en el Señor”. (1Co 7:39.)
José piensa en divorciarse. Estando María prometida en matrimonio a José, se halló que estaba encinta por espíritu santo: “Sin embargo, José su esposo, porque era justo y no quería hacer de ella un espectáculo público, tenía la intención de divorciarse de ella secretamente”. (Mt 1:18, 19.) Como para los judíos de aquel tiempo los esponsales vinculaban ineludiblemente a la pareja, es procedente el uso de la palabra “divorciarse” en este contexto.
Si una joven comprometida tenía relaciones sexuales con otro hombre, era lapidada, al igual que se hacía con la mujer adúltera. (Dt 22:22-29.) Para poder sentenciar a muerte por apedreamiento a una persona, se requería que su culpabilidad se demostrase por el testimonio de dos testigos. (Dt 17:6, 7.) Es evidente que José no tenía testigos que acusasen a María, y aunque estaba embarazada, José no tuvo una explicación satisfactoria de los hechos hasta que el ángel de Jehová le informó. (Mt 1:20, 21.) No se dice si el ‘divorcio en secreto’ que José se proponía hacer incluiría la entrega de un certificado, pero seguramente él se apegaría a los principios expresados en Deuteronomio 24:1-4 y le otorgaría el divorcio a María en presencia de solo dos testigos, con lo que la situación quedaría zanjada legalmente y evitaría exponerla sin necesidad a la vergüenza. Si bien Mateo no da todos los detalles relacionados con el procedimiento que José pensaba seguir, sí indica que deseaba tratar con misericordia a María. Al optar por este proceder, no se dice que obrase de modo injusto, al contrario, si “[tuvo] la intención de divorciarse de ella secretamente”, fue “porque era justo y no quería hacer de ella un espectáculo público”. (Mt 1:19.)
Condiciones que impedían el divorcio en Israel. Según la ley de Dios dada a Israel, bajo ciertas condiciones era imposible divorciarse. Podía darse el caso de que un hombre tomara una esposa, tuviese relaciones con ella y luego llegara a odiarla. Podía declarar con falsedad que no era virgen cuando se casó con ella, lo que suponía acusarla injustamente de actos escandalosos y acarrearle un mal nombre. Si los padres de la muchacha demostraban que su hija había sido virgen al tiempo de casarse, los hombres de la ciudad tenían que disciplinar al esposo que la había acusado con falsedad, imponiéndole una multa de cien siclos de plata (220 dólares [E.U.A.]), que daban al padre de la muchacha, y ella tenía que continuar siendo la esposa de aquel hombre, pues estaba escrito: “No se le permitirá divorciarse de ella en todos sus días”. (Dt 22:13-19.) Asimismo, si se descubría que un hombre tenía relaciones con una virgen que no estaba comprometida, la Ley prescribía: “El hombre que se acostó con ella entonces tiene que dar al padre de la muchacha cincuenta siclos de plata (110 dólares [E.U.A.]), y ella llegará a ser su esposa debido a que la humilló. No se le permitirá divorciarse de ella en todos sus días”. (Dt 22:28, 29.)
¿Sobre qué única base bíblica podría divorciarse el cristiano?
Jesús dijo en su Sermón del Monte: “Además se dijo: ‘Cualquiera que se divorcie de su esposa, déle un certificado de divorcio’. Sin embargo, yo les digo que todo el que se divorcie de su esposa, a no ser por motivo de fornicación, la expone al adulterio, y cualquiera que se case con una divorciada comete adulterio”. (Mt 5:31, 32.) Posteriormente, después de decirles a los fariseos que la concesión de divorcio registrada en la ley mosaica no había sido una disposición vigente “desde el principio”, comentó: “Yo les digo que cualquiera que se divorcie de su esposa, a no ser por motivo de fornicación, y se case con otra, comete adulterio”. (Mt 19:8, 9.) En nuestro día, suele distinguirse entre “fornicación” y “adulterio”: el primer término aplica a la persona que tiene relaciones sexuales con otra del sexo opuesto sin estar casada, y el segundo, a la persona casada que consiente en tener ayuntamiento sexual con alguien del sexo opuesto que no es su cónyuge legal. Sin embargo, como se explica en el artículo FORNICACIÓN, este término traduce la palabra griega por·néi·a, que engloba toda forma de acto sexual ilícito fuera del matrimonio bíblico. En consecuencia, las palabras de Jesús en Mateo 5:32 y Mt 19:9 indican que la única base válida para el divorcio es que uno de los dos cónyuges cometa por·néi·a. Dada esta circunstancia, un cristiano podría valerse de este recurso y divorciarse de su cónyuge, con lo que quedaría libre para casarse de nuevo, si lo desease, con una persona de su misma fe. (1Co 7:39.)
Si una persona casada tuviese relaciones sexuales con alguien de su mismo sexo, incurriría en un acto sucio y repulsivo (homosexualidad) y, de no arrepentirse, no podría ser contado entre los herederos del Reino. Las Escrituras también condenan el ayuntamiento con animales: la bestialidad. (Le 18:22, 23; Ro 1:24-27; 1Co 6:9, 10.) Todos estos actos —sucios en sumo grado— quedan englobados en el amplio concepto depor·néi·a. Además, ha de decirse que bajo la ley mosaica la homosexualidad y la bestialidad comportaban la pena de muerte y dejaban al cónyuge inocente en libertad para casarse de nuevo. (Le 20:13, 15, 16.)
Por otra parte, Jesucristo dijo que “todo el que sigue mirando a una mujer a fin de tener una pasión por ella ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”. (Mt 5:28.) Sin embargo, no quiso decir con esto que ese sentimiento interior, no materializado, daba base para el divorcio. Con sus palabras, Jesús puso de manifiesto que el corazón debe mantenerse limpio y que no es procedente albergar pensamientos y deseos impropios. (Flp 4:8; Snt 1:14, 15.)
La ley rabínica judía realzaba el deber que tenía la pareja de hacer uso del débito conyugal, y si la esposa era estéril, permitía que el esposo se divorciara de ella. Sin embargo, en las Escrituras no hay base alguna que le otorgue al cristiano esa prerrogativa. La prolongada esterilidad de Sara no le dio base a Abrahán para divorciarse de ella, como tampoco —por la misma razón— pensó Isaac en divorciarse de Rebeca, Jacob de Raquel o el sacerdote Zacarías de Elisabet. (Gé 11:30; 17:17; 25:19-26; 29:31; 30:1, 2, 22-25; Lu 1:5-7, 18, 24, 57.)
No hay nada en las Escrituras que justifique a un cristiano divorciarse de su cónyuge por ser este incapaz de pagar el débito conyugal, haber perdido su sano juicio o contraído una enfermedad incurable o repulsiva. El espíritu de amor, que es propio de los cristianos, induce, no al divorcio, sino a tratar con conmiseración a ese cónyuge. (Ef 5:28-31.) Tampoco otorga la Biblia al cristiano el derecho de divorciarse de su cónyuge por ser de diferente religión; muestra, más bien, que si permanecen juntos, el cónyuge cristiano puede atraer al incrédulo a la fe verdadera. (1Co 7:12-16; 1Pe 3:1-7.)
Cuando Jesús dijo en el Sermón del Monte que ‘todo el que se divorciara de su esposa por cualquier otro motivo que no fuese el de la fornicación, la exponía al adulterio, y que cualquiera que se casara con una divorciada cometería adulterio’ (Mt 5:32), mostró que si el divorcio se producía por motivos ajenos a la por·néi·a de la esposa, el esposo la dejaría ante el riesgo de incurrir en adulterio en el futuro. Siendo que la base del divorcio no era el adulterio, no tenía verdadero valor desvinculante y, por lo tanto, no la dejaba en libertad para casarse con otro hombre y hacer vida conyugal con él. Además, cuando Cristo dijo que cualquiera que “se case con una divorciada comete adulterio”, se refería a una mujer divorciada por razones ajenas al “motivo de fornicación” (por·néi·a). Su divorcio, aunque legalmente válido, no tenía el refrendo de las Escrituras.
Marcos, al igual que Mateo (Mt 19:3-9), registró lo que dijo Jesús a los fariseos con relación al divorcio y citó a Cristo cuando dijo: “Cualquiera que se divorcie de su esposa y se case con otra comete adulterio contra ella, y si alguna vez una mujer, después de divorciarse de su esposo, se casa con otro, ella comete adulterio”. (Mr 10:11, 12.) Una declaración similar se hace en Lucas 16:18: “Todo el que se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con una mujer divorciada de un esposo comete adulterio”. Leídos por separado, estos versículos parecen prohibir el divorcio a los seguidores de Cristo sea cual sea la circunstancia, o, cuando menos, indicar que un divorciado no podría casarse de nuevo, a no ser que muriese el cónyuge del que se divorció. Sin embargo, estas palabras de Jesús, según aparecen en Marcos y Lucas, deben entenderse a la luz de la declaración más completa registrada por Mateo. En esta se incluye la frase “a no ser por motivo de fornicación” (Mt 19:9; véase también Mt 5:32), mostrando que lo que Marcos y Lucas escribieron sobre el divorcio al citar a Jesús aplicaría siempre que la razón para el divorcio no hubiese sido la fornicación (por·néi·a) de uno de los cónyuges.
Sin embargo, una persona no está obligada bíblicamente a divorciarse de un cónyuge adúltero arrepentido. El esposo o esposa cristiano puede responder con misericordia, al igual que Oseas, que al parecer tomó de nuevo a su esposa adúltera Gómer, y Jehová, que mostró misericordia al Israel arrepentido que había sido culpable de adulterio espiritual. (Os 3.)
Se restablece la norma original de Dios. Con sus palabras, Jesús dejó claro que se restablecía la elevada norma sobre el matrimonio que Dios fijó en un principio, y que aquellos que llegaran a ser sus discípulos tendrían que adherirse a esa norma. Aunque las concesiones recogidas en la ley mosaica continuaban vigentes, sus verdaderos discípulos, que se interesarían en hacer la voluntad del Padre y en ‘hacer’ o poner por obra los dichos enseñados por Jesús (Mt 7:21-29), no se ampararían en dichas concesiones a fin de ‘endurecer su corazón’ hacia sus cónyuges. (Mt 19:8.) No violarían el principio original que gobierna el matrimonio por el afán de divorciarse de sus cónyuges a toda costa y sobre bases distintas a la que Jesús indicó: la fornicación (por·néi·a).
La persona soltera que cometiese fornicación con una prostituta llegaría a ser “un solo cuerpo” con ella. De igual manera, el adúltero se constituiría “un solo cuerpo”, no con su esposa, con quien ya lo era, sino con aquella con la que tuviese relaciones inmorales. En consecuencia, no solo pecaría contra sí mismo, su propio cuerpo, sino contra el “solo cuerpo” que hasta ese momento formaba con su esposa. (1Co 6:16-18.) Esa es la razón por la que el adulterio proporciona una base válida para desatar el vínculo conyugal con el respaldo de los principios bíblicos, y cuando esas condiciones se dan, el divorcio da fin al matrimonio legal y deja en libertad al cónyuge inocente para casarse de nuevo con toda dignidad. (Heb 13:4.)
El divorcio en sentido figurado. Las relaciones conyugales se emplean en la Biblia en sentido figurado. (Isa 54:1, 5, 6; 62:1-6.) Del mismo modo, se hace referencia al divorcio o a la acción de despedir a una esposa en términos simbólicos. (Jer 3:8.)
En 607 a. E.C., el reino de Judá fue echado abajo, Jerusalén sufrió destrucción y a los habitantes de la tierra se los llevaron al cautiverio babilonio. Años antes de que esto ocurriese, Jehová había profetizado a judíos que llegarían a estar en cautiverio: “¿Dónde, pues, está el certificado de divorcio de la madre de ustedes, a la cual yo despedí?”. (Isa 50:1.) La “madre” u organización nacional había sido despedida por una razón justa, no porque Jehová rompiese unilateralmente su pacto e iniciase una tramitación de divorcio, sino debido a sus pecados contra la ley del pacto. Sin embargo, hubo un resto de israelitas arrepentidos que le oró a Jehová a fin de que los aceptase de nuevo en aquella relación de esposa y los restaurase a su tierra. Por causa de su propio nombre, en 537 a. E.C., cuando los setenta años de desolación terminaron, Jehová restauró de nuevo a su pueblo y lo condujo a su tierra. (Sl 137:1-9; véase MATRIMONIO.)




Jehová espera que los casados cumplan con los votos que hicieron el día de la boda. Cuando unió a la primera pareja, dijo: “El hombre [...] tiene que adherirse a su esposa, y tienen que llegar a ser una sola carne”. Siglos después, Jesucristo citó esas mismas palabras y añadió: “Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre” (Génesis 2:24; Mateo 19:3-6). Como vemos, Jehová y Jesús consideran que el matrimonio es una unión para toda la vida, una unión que solo termina cuando muere uno de los cónyuges (1 Corintios 7:39). Dado que se trata de una institución sagrada, no deberíamos tomar a la ligera la idea de disolverla. De hecho, Jehová odia los divorcios que se realizan sin base bíblica (Malaquías 2:15, 16).
Según la Biblia, ¿qué motivo válido hay para divorciarse? Pues bien, Jehová ha indicado que detesta la inmoralidad sexual (Génesis 39:9; 2 Samuel 11:26, 27; Salmo 51:4). Tanto la aborrece, que permite el divorcio cuando hay fornicación. (En el capítulo 9, párrafo 7, se explica qué abarca la fornicación.) En realidad, a quien Dios ha concedido el derecho de decidir si permanecerá casado o se divorciará es al cónyuge inocente (Mateo 19:9). Por tanto, si este decide disolver el matrimonio, no estará haciendo nada que Jehová odia. Ahora bien, ningún miembro de la congregación debe animarlo a dar ese paso. De hecho, teniendo presentes determinadas circunstancias, el cónyuge inocente tal vez opte por permanecer con su pareja, particularmente si observa verdadero arrepentimiento. En todo caso, es él —que tiene el derecho bíblico a divorciarse— quien debe decidir y asumir las consecuencias (Gálatas 6:5).
Por otro lado, existen situaciones extremas en las que un cristiano o cristiana opta por separarse, o incluso divorciarse, pese a que su pareja no ha cometido fornicación. Cuando esto sucede, la Biblia establece que quien decida irse “permanezca sin casarse, o, si no, que se reconcilie” (1 Corintios 7:11). De modo que, en tales casos, el cristiano no queda libre para comenzar a relacionarse con otra persona con miras a volver a casarse (Mateo 5:32). Veamos ahora varias situaciones excepcionales que han llevado a algunos a separarse.
Negativa a mantener a la familia. Hay esposos que no cubren las necesidades básicas de su familia, pero no porque no puedan, sino porque no quieren; y, como resultado, la someten a graves privaciones. ¿Qué dice la Biblia sobre ellos? “Si alguno no provee para los [...] miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe.” (1 Timoteo 5:8.) En caso de que un marido así rehúse cambiar, la esposa tendrá que determinar si la separación legal es un paso necesario para velar por el bienestar de sus hijos y el suyo propio. Ahora bien, siempre que se acuse a un cristiano de este tipo de negligencia, los ancianos de la congregación investigarán el asunto a fondo, ya que constituye un motivo por el que podría ser expulsado.
Maltrato físico muy grave. Hay quienes se vuelven tan agresivos que ponen en peligro la salud, o incluso la vida, de su pareja. Si el cónyuge maltratador es cristiano, los ancianos deben analizar el caso, pues los arrebatos de cólera y la conducta violenta son motivos de expulsión (Gálatas 5:19-21).
Peligros muy graves para la vida espiritual. Hay cónyuges que intentan impedir por todos los medios que su pareja sirva a Jehová o que incluso tratan de obligarla a violar de algún modo los mandatos bíblicos. En tales casos, el cónyuge cristiano tendrá que determinar si la única manera de “obedecer a Dios [...] más bien que a los hombres” es obteniendo la separación (Hechos 5:29).



Conviene destacar que en casos tan extremos como los anteriores no debe animarse al cónyuge inocente ni a separarse de su pareja ni a permanecer con ella. Aunque los ancianos y otros hermanos maduros pueden brindar apoyo y dar consejos bíblicos, deben reconocer que, en definitiva, el único que conoce lo que pasa entre marido y mujer es Jehová. Si una cristiana (o un cristiano) exagerara la gravedad de sus problemas matrimoniales para justificar su separación, no estaría honrando ni a la institución matrimonial ni al propio Dios. Además, Jehová sabe si alguien está recurriendo a maquinaciones astutas, sin importar lo bien tramadas que estén. En efecto, “todas las cosas están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Ahora bien, si existe una situación sumamente peligrosa y, como último recurso, el cristiano decide separarse, nadie debería criticarlo. En último término, “todos estaremos de pie ante el tribunal de Dios” (Romanos 14:10-12).

Un hogar dividido: efectos del divorcio en los  adolescentes
Los expertos estaban convencidos de que sabían de lo que hablaban. A la persona con problemas matrimoniales le aconsejaban: “Usted tiene que pensar en su propia felicidad. No se preocupe por los niños; ellos se adaptan. Les resulta más fácil asimilar el divorcio que vivir con ambos padres cuando estos no se soportan”.
Sin embargo, algunos consejeros que antes abogaban por el divorcio han cambiado de opinión. Ahora admiten: “El divorcio es una guerra en la que nadie sale ileso, ni siquiera los niños”.
El mito del divorcio sin consecuencias
La siguiente trama serviría para una popular comedia de televisión. Un matrimonio se divorcia. La madre consigue la custodia de los hijos y se casa con un viudo que también tiene hijos. Cada semana, a esta familia disfuncional le surge algún problema absurdo que acaba resolviendo en los treinta minutos que dura el capítulo, siempre con una buena dosis de humor.
Estas situaciones pueden resultar entretenidas en televisión, pero en la vida real, el divorcio no es cosa de broma: es un proceso muy doloroso. El libro Emotional Infidelity(Infidelidad emocional), de M. Gary Neuman, dice: “El divorcio es un litigio; una persona demanda a otra. En el momento que usted decide divorciarse, está renunciando al control sobre sus hijos, pero también sobre su dinero e incluso sobre su vivienda. Quizás logre resolver esas cuestiones recurriendo a la mediación, pero quizás no. Al final, puede que sea un juez —un completo desconocido— quien decida con cuánta frecuencia se le permitirá ver a sus hijos y cuánto dinero le corresponderá. Por desgracia, ese desconocido no piensa exactamente como usted”.
A menudo, el divorcio solo sustituye unos problemas por otros. La vida cambia con relación a la vivienda, la situación económica y demás, aunque generalmente no para mejor. Y no solo eso, también hay que pensar en los efectos que el divorcio tiene en los hijos.
El divorcio y los hijos adolescentes
El divorcio puede causarles mucho daño a los hijos, sin importar su edad. Hay quienes opinan que los adolescentes salen mejor librados, pues son más maduros y, al fin y al cabo, ya están en el proceso de independizarse de sus padres. Sin embargo, los especialistas consideran que sucede justo lo contrario, que precisamente por esos factores, los adolescentes son los más vulnerables.* Piense en lo siguiente:
▪ A medida que se abren camino hacia la vida adulta, los adolescentes se sienten muy inseguros, incluso más que cuando eran niños. No se deje engañar por su aparente afán de independencia; a esa edad necesitan más que nunca la estabilidad familiar.
▪ Justamente en una etapa de la vida en que los adolescentes están aprendiendo a entablar amistades sólidas, el divorcio les enseña a ser escépticos ante valores como la confianza, la lealtad y el amor. Por ello es posible que de adultos eviten todo tipo de relación estrecha.
▪ Es común que los hijos, prescindiendo de la edad, demuestren su dolor de alguna manera. Pero en el caso de los adolescentes, el problema es que tienden a hacerlo recurriendo a la delincuencia, la bebida, las drogas u otras conductas de riesgo.
Esto no significa que los adolescentes cuyos padres se divorcian estén condenados a sufrir problemas emocionales o de otro tipo. Pueden convertirse en adultos estables, especialmente si mantienen contacto con ambos padres.* Ahora bien, es ingenuo pensar que, como dicen algunos, el divorcio siempre será lo mejor para los hijos o que acabará con toda la tensión que existe entre los cónyuges. A veces se tiene que tratar más con el cónyuge “intolerable” después del divorcio que antes, y las cuestiones son más polémicas, pues tienen que ver, entre otras cosas, con la manutención o la custodia de los hijos. En esos casos, el divorcio no elimina los problemas familiares, solo los transforma.
Una tercera opción
¿Y si usted, debido a sus problemas maritales, ha llegado a pensar en la opción del divorcio? En este artículo se han presentado razones de peso para que reconsidere esa idea. El divorcio no es un curalotodo para un matrimonio desdichado.
Pero eso no significa que no tenga otra alternativa que tolerar un mal matrimonio. Existeuna tercera opción: hacer lo posible para mejorarlo. No la descarte enseguida diciendo que su matrimonio no tiene arreglo. Pregúntese:
▪ “¿Cuáles fueron las cualidades que originalmente me atrajeron de la persona que ahora es mi cónyuge? ¿No es verdad que todavía las posee en cierta medida?” (Proverbios 31:10, 29.)
▪ “¿Puedo reavivar el amor que sentía por mi pareja antes de casarnos?” (El Cantar de los Cantares 2:2; 4:7.)
▪ “Prescindiendo de la conducta de mi cónyuge, ¿cómo puedo yo seguir las sugerencias de las páginas 3 a 9 de esta revista?” (Romanos 12:18.)
▪ “¿Por qué no le digo —cara a cara o por escrito— en qué me gustaría que mejorara nuestra relación?” (Job 10:1.)
▪ “¿Podríamos hablar con algún amigo maduro que nos ayudara a ponernos metas realistas para mejorar nuestro matrimonio?” (Proverbios 27:17.)
La Biblia afirma: “El sagaz considera sus pasos” (Proverbios 14:15). No solo conviene seguir dicho principio al escoger pareja, sino también al decidir qué se hará cuando un matrimonio se tambalea. Hay que admitir que, como se indicó en la página 9 de esta revista, las familias felices también tienen problemas, pero la diferencia estriba en cómo los manejan.
Para ilustrarlo, imagínese que ha emprendido un largo viaje en automóvil. Es inevitable que surjan problemas: mal tiempo, embotellamientos, controles de carretera, etc. Incluso puede que se pierda alguna que otra vez. ¿Qué hará? ¿Dará la vuelta y regresará a su casa, o buscará la manera de superar los obstáculos y seguir adelante? El día de su boda, usted emprendió un “viaje” que no iba a estar exento de contratiempos. Ya lo dice la Biblia: “El matrimonio les traerá problemas adicionales” (1 Corintios 7:28Nueva Biblia alDía). La cuestión no es si surgirán problemas, sino cómo los afrontará cuando surjan. ¿Puede encontrar la manera de vencer los obstáculos y seguir adelante? Y aunque usted piense que su matrimonio está totalmente perdido, ¿tratará de conseguir ayuda? (Santiago 5:14.)
El origen divino del matrimonio
El matrimonio es una institución divina que no debe tomarse a la ligera (Génesis 2:24). Si los problemas le parecen insuperables, reflexione en los consejos que se han dado en este artículo.
 1. Trate de reavivar el amor que antes sentía por su pareja (El Cantar de los Cantares 8:6).
 2. Piense en lo que usted puede hacer para mejorar su matrimonio, y hágalo (Santiago 1:22).
 3. De forma respetuosa y clara dígale a su cónyuge —cara a cara o por escrito— en qué aspectos cree que su relación debería mejorar (Job 7:11).
 4. Pida ayuda. No tiene que salvar su matrimonio usted solo.
[Notas]
Este artículo se centra en los adolescentes, pero el divorcio también afecta a los niños. Para más información, véanse los números de ¡Despertad! del 8 de diciembre de 1997, páginas 3 a 12, y del 22 de abril de 1991, páginas 3 a 11.
Hay que admitir que no siempre es posible mantener ese contacto, sobre todo si uno de los padres abandonó a la familia o actúa de forma obviamente irresponsable, o incluso peligrosa (1 Timoteo 5:8).

“¡ESTA VEZ SALDRÁ BIEN!”
  Los estudios indican que las segundas nupcias tienen un mayor índice de fracaso que las primeras y que dicho índice es aún superior en las terceras nupcias. En su libroEmotional Infidelity, M. Gary Neuman indica una de las razones: “Si tiene dificultades en su primer matrimonio, el problema no solo radica en que no haya escogido a la persona adecuada, también radica en usted. Quien se enamoró de esa persona es usted. Y ambos han contribuido, para bien o para mal, a la situación en la que se encuentran”. ¿Cuál es la conclusión del autor? “Es mejor librarse del problema y quedarse con el cónyuge que librarse del cónyuge y quedarse con el problema.”

CUANDO SE PONE FIN AL MATRIMONIO
  La Biblia reconoce que hay circunstancias extremas en las que se puede recurrir al divorcio.* Si ese es su caso, ¿cómo puede ayudar a un hijo adolescente a sobrellevar la situación?
  Cuéntele a su hijo lo que está sucediendo. Si es posible, ambos padres deben hablar con él y comunicarle que la decisión de divorciarse ya está tomada, asegurándole que él no tiene la culpa y que los dos seguirán amándolo.
  Abandone el campo de batalla, la guerra ha terminado. Algunos padres siguen peleándose mucho tiempo después de haberse divorciado. Como dice un experto en la materia, “están divorciados legalmente, pero siguen comprometidos emocionalmente y son incapaces de negociar un acuerdo de paz”. Ese tipo de comportamiento hace que los hijos reciban menos atención de sus padres, ya que estos siempre están enzarzados en alguna pelea. Además, induce a los hijos a poner a un padre en contra del otro para salirse con la suya. Por ejemplo, cuando un muchacho le dice a su madre: “Papá me deja regresar a casa a la hora que yo quiera. ¿Por qué tú no?”, generalmente ella acaba cediendo para evitar que su hijo se pase “al bando enemigo”.
  Permita que su hijo se exprese. Un adolescente pudiera razonar que si sus padres dejaron de amarse, es posible que también lo dejen de amar a él, o que si ellos rompieron las reglas, también las puede romper él. Para aliviar los temores del joven y corregir su razonamiento equivocado, permita que se exprese con toda libertad. Pero tenga cuidado de no intercambiar los papeles y buscar en su hijo el apoyo emocional que usted necesita. El adolescente es su hijo, no su confidente.
  Anímelo a mantener una buena relación con su padre o su madre. La persona de la que usted se divorció ha dejado de ser su cónyuge, pero no el padre o la madre de su hijo. Hablar mal de esa persona resulta dañino. Un libro sobre las relaciones familiares dice que “si los padres optan por utilizar a sus hijos como artillería para atacarse el uno al otro, pueden tener la seguridad de que recogerán lo que hayan sembrado” (Teens in Turmoil—A Path to Change for Parents, Adolescents, and Their Families).
  Cuide de usted mismo. En ocasiones tal vez crea que no puede más, pero no se dé por vencido. Busque ocupaciones provechosas. La madre o el padre cristianos harán bien en mantenerse ocupados en actividades espirituales, pues estas los ayudarán tanto a ellos como a sus hijos a no perder el equilibrio (Salmo 18:2; Mateo 28:19, 20; Hebreos 10:24, 25).
[Nota]
De acuerdo con las Escrituras, solo las relaciones sexuales extramaritales constituyen la base bíblica para poner fin al matrimonio con la opción de volver a casarse (Mateo 19:9). Si uno de los cónyuges es infiel, a quien le corresponde decidir si el divorcio es la mejor alternativa o no es al cónyuge inocente, no a la familia ni a terceras personas (Gálatas 6:5).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario