lunes, 16 de junio de 2014

La búsqueda de emociones fuertes: ¿a qué se debe esta atracción fatal?

Los 50.000 espectadores que abarrotaban el antiguo circo romano estaban ansiosos de que se iniciara la función, pues durante días se había anunciado por doquier como ‘una emocionante experiencia que no debían perderse’.
Aunque las pantomimas, las comedias y la actuación de payasos o magos seguían atrayendo multitudes a los teatros, los juegos circenses eran muy diferentes. Ofrecían escenas tan impactantes que los asistentes olvidaban enseguida la dureza de los asientos y sus preocupaciones cotidianas.
Primero aparecían los cantores, seguidos del sacerdote, con sus vestiduras distintivas. Después, los portadores de incienso encabezaban una procesión en la que se llevaba a los dioses en alto para que los viera toda la concurrencia, dando a entender que auspiciaban los juegos.
La matanza de animales
Luego venían los grandes números. En primer lugar, quizá se soltaban en la arena avestruces y jirafas, animales que la mayoría de los presentes nunca había visto. Entonces, para el disfrute de un público sediento de emociones fuertes, un gran número de hábiles arqueros acorralaban y daban caza a las indefensas bestias hasta acabar con ellas.
A continuación, la enardecida muchedumbre quizás presenciara un combate a muerte entre dos enormes elefantes cuyos colmillos se habían reforzado con largas y afiladas puntas de hierro. Cuando uno de estos colosos, herido de muerte, se desplomaba sobre la arena ensangrentada, se producía un estruendoso aplauso. Después de este aperitivo, el público aguardaba expectante a que, tan solo unos minutos después, se sirviera el plato fuerte del día.
El espectáculo principal
La concurrencia se ponía de pie al producirse la entrada de los gladiadores, anunciada con un gran despliegue musical. Algunos iban armados con dagas o con espadas, escudos y cascos de metal, mientras que otros apenas llevaban armas ni ropa. Peleaban cuerpo a cuerpo, y el combate a menudo continuaba hasta que moría uno de los dos, o ambos, de acuerdo con las aclamaciones de los espectadores. Según fuentes históricas, en una ocasión se mataron 5.000 animales en cien días, y en otra murieron 10.000 gladiadores. Aun así, las masas pedían a gritos más acción.
Los delincuentes y prisioneros de guerra satisfacían la constante demanda del circo. Sin embargo, como indica cierta obra, “no debemos confundirlos con el grupo de hábiles gladiadores que luchaban armados, ganaban mucho dinero y no estaban obligados a pelear”. En algunos lugares, los gladiadores aprendían a combatir cuerpo a cuerpo en escuelas especiales. La descarga de adrenalina no tardaba en volverlos adictos a las emociones fuertes que les proporcionaba aquel deporte, de modo que sucumbían a esta atracción fatal y luchaban vez tras vez. “Se consideraba buen gladiador a quien había participado en 50 combates antes de retirarse”, concluye la citada fuente.
Las corridas
Hoy, al comienzo de un nuevo milenio, son muchos los aficionados a los deportes de riesgo —sobre todo si desafían a la muerte—, clara indicación de que no se han moderado demasiado las pasiones humanas. Por ejemplo, en el mundo iberoamericano (tanto en Sudamérica y México como en Portugal y España), la tauromaquia es popular desde hace siglos.
Se calcula que en España existen más de cuatrocientas plazas de toros, y en México unas doscientas, una de ellas con más de cincuenta mil localidades. A menudo se ven repletas de aficionados que acuden a contemplar el valor con que se enfrenta el diestro a las embestidas del toro. Cualquier muestra de cobardía por su parte suscitará los abucheos del decepcionado público.
Actualmente también participan mujeres en la lidia, quienes obtienen ganancias millonarias. Una torera declaró en una entrevista televisiva que nada saciaba su sed de emociones como enfrentarse en el ruedo a las acometidas del toro, pese al constante riesgo de morir de una cornada.
Los encierros
“Cuatro hileras de personas se agolpan en la pamplonesa calle de la Estafeta, a la altura de Casa Sixto, formando una constante algarabía —relata una revista—. Se cruzan palabras en vasco, castellano, catalán e inglés, entre otros idiomas.” Todos han salido temprano a presenciar el encierro de los toros que se lidiarán ese día, los cuales se hallan en corrales situados a solo unos 800 metros del ruedo.
Por las mañanas se abren de golpe las puertas de los corrales y se sueltan seis reses. Estas salen disparadas a una calle flanqueada por edificios y cuyas bocacalles están cerradas con vallas, formando un pasillo que las conduce hasta la plaza de toros. Si todo va bien, tardarán unos dos minutos en hacer el recorrido.
Tiempo atrás, alguien tuvo la idea de probar sus aptitudes corriendo delante de estos animales aun a riesgo de perder la vida, y en cada fiesta anual hay quienes lo siguen intentando. Esta costumbre es ya un espectáculo internacional. Muchos participantes han sufrido heridas graves, y otros han muerto a consecuencia de las cornadas. “Si crees que puedes dejar a los toros atrás —dijo un corredor—, estás muy equivocado.” Según la Cruz Roja Española, en veinte años se ha atendido “como promedio, a un herido por cornada al día” y a veinte o veinticinco con lesiones de diversa índole.
¿A qué se debe esta atracción fatal? Un corredor responde: “La clave está en los segundos que pasas junto a los toros, corriendo a su lado, oliéndolos, oyendo sus pisadas y viendo que suben y bajan sus cuernos a pocos centímetros de ti”. Los observadores animan exaltados a cada corredor. ¿Quedaría alguno decepcionado si no presenciara una cornada mortal o cómo un animal de casi 700 kilos embiste a un corredor y lo arroja con violencia sobre sus lomos? ¿Pudiera ser que en ciertos casos les atraiga tanto la sangre como les atraía a los espectadores del circo romano?
Se juegan la vida
Hay a quienes les apasiona jugarse la vida de otras maneras. Por ejemplo, algunos motociclistas desafían a la muerte saltando por encima de 50 automóviles estacionados lado a lado o sobre varios autobuses enormes, o incluso tratando de cruzar anchos barrancos. Uno de estos temerarios, que admite tener un historial de 37 huesos fracturados y treinta días en coma, afirmó: “Ya no me asusta romperme un brazo u otra parte del cuerpo. [...] Me han practicado doce reducciones abiertas de fracturas, que es cuando te abren y te colocan una placa o un tornillo. Me habrán puesto unos treinta y cinco o cuarenta tornillos para unirme los huesos. Me paso media vida entrando y saliendo del hospital”. En cierta ocasión en que resultó herido mientras practicaba y no pudo saltar sobre los automóviles, la multitud le abucheó decepcionada.
A fin de sentir emociones fuertes, muchos corren grandes peligros con prácticas como escalar rascacielos sin equipo de seguridad, deslizarse en una tabla por montañas nevadas de 6.000 metros, saltar al vacío con un cordón elástico desde elevados puentes y torres, lanzarse en paracaídas atado a la espalda de otro saltador o escalar precipicios cubiertos de hielo con solo un par de picos de alpinista. “Cuento con perder tres o cuatro amigos al año”, se lamentó una escaladora en hielo. Y estas no son más que algunas de las actividades arriesgadas de mayor popularidad. “El atractivo de los deportes de riesgo —declaró un escritor— reside en la posibilidad de que ocurra un desastre.”
“Hasta los deportes de riesgo más peligrosos están ganando aceptación —señaló la revista U.S.News World Report—. Aunque en 1990 no existía el surf aéreo, en el que paracaidistas expertos saltan en caída libre a 4.000 metros de altura y realizan giros o acrobacias circenses sobre tablas de grafito, hoy atrae a miles de adeptos. De igual manera, el deporte de los saltos base, inscrito oficialmente en 1980 y que consiste en saltar en paracaídas desde edificios, antenas o torres de radio, puentes y precipicios, seduce a cientos de personas, las cuales a menudo lo practican ilegalmente y al amparo de la noche.” Esta afición ha segado decenas de vidas. “En los saltos base no hay muchos heridos —dijo un saltador experimentado—. O te matas, o sales ileso.”
Escalar empinadas laderas rocosas con la única ayuda de pequeños puntos de apoyo para los pies y las manos fascina a miles de aficionados. Incluso la publicidad de la televisión o las revistas, sea que anuncie camiones o analgésicos, presenta escaladores colgando peligrosamente de precipicios a cientos de metros del suelo, asegurados solo por una delgada cuerda. Según fuentes fidedignas, de unos cincuenta mil estadounidenses que practicaron este deporte en 1989 se ha pasado a medio millón en la actualidad, y en todo el mundo las cifras van en aumento.
En Estados Unidos, “cada vez más chicos y chicas ‘comunes y corrientes’ mueren o quedan lisiados a consecuencia de diversiones nuevas, extrañas y peligrosas”, aseguró la revista Family Circle. Por ejemplo, algunos jóvenes han perdido la vida al salir por la ventanilla de un automóvil en marcha para subirse al techo y tratar de mantener el equilibrio mientras este aceleraba, o al intentar permanecer en pie sobre la cabina de un ascensor en movimiento o un rápido tren subterráneo.
Hasta el imponente monte Everest atrae a más gente que nunca. Alpinistas mal preparados llegan a pagar hasta 65.000 dólares para que los conduzcan a la cima y luego de regreso. Aunque más de setecientos escaladores han alcanzado la cumbre desde 1953, muchos nunca volvieron. Algunos cadáveres todavía permanecen allí. “Actualmente, los escaladores compiten por batir nuevas marcas, como ser el más joven, el más viejo o el más rápido en el Everest”, escribió un periodista. “Contrario a lo que sucede con otros deportes —afirmó un segundo articulista—, el alpinismo exige estar dispuesto a morir.” Pero ¿tiene uno que jugarse la vida para demostrar su valor? “Ser valiente no significa ser temerario”, advirtió un escalador con experiencia. Entre las muestras de temeridad que menciona, incluye “los ‘viajes de aventura’ al Everest realizados por montañistas inexpertos”.
Y la lista no acaba aquí. El número y los tipos de deportes de riesgo que se están popularizando por todo el mundo solo se hallan limitados por la imaginación de quienes los inventan. Un psicólogo prevé que dichas actividades, que sitúan por un momento a sus practicantes entre la vida y la muerte, “serán la mayor atracción deportiva del siglo XXI tanto para el público como para los participantes”.
¿Por qué lo hacen?
Muchos aficionados afirman que su comportamiento temerario es una forma de escapar del aburrimiento. Algunos, hartos de la rutina laboral, dejan su empleo e inician una nueva carrera en el mundo de los deportes arriesgados. “Comencé a utilizar el salto con cuerda elástica como una droga que me permitía hacer borrón y cuenta nueva —relata un saltador—. Me lanzaba y pensaba: ‘¿Problemas? ¿Qué problemas?’.” De él dijo una revista: “Es un experto. Ha realizado 456 saltos desde lugares tan diversos como el pico El Capitán (en el valle de Yosemite), el puente de la bahía de San Francisco y el teleférico más alto del mundo, en Francia”.
Un aficionado apuntó: “El tiempo se detiene y no te importa nada de lo que pase en el mundo”. Otro señaló: “Lo que nosotros hacemos por placer [que en muchos casos incluye cierta gratificación económica], la mayoría de la gente no lo haría aunque le pusieran una pistola en la cabeza”. La revista Newsweek comentó: “A todos ellos les obsesionan las emociones fuertes”.
Algunos psicólogos han investigado a fondo este fenómeno. Uno de ellos afirma que existe una categoría de individuos con cierta predisposición genética a correr riesgos en busca de grandes sensaciones. “Mientras que otros se aferran a las muletas de las normas y tradiciones —dice—, ellos prescinden de muletas y viven a su manera.” Este mismo especialista afirma que, según algunos estudios, los amantes de las emociones fuertes sufren el doble de accidentes de tránsito que el resto de la población. “Los accidentes son la principal causa de muerte entre los adolescentes, pues a menudo se exponen al peligro para saciar su sed de vivencias excitantes.”
Científicos y psicólogos admiten que no es natural practicar deportes tan peligrosos. Muchos participantes sufren lesiones que casi acaban con su vida y, en cuanto se recuperan, tras una larga hospitalización o rehabilitación, siguen desafiando a la muerte. Este comportamiento indica que algo no anda muy bien en su cabeza, aunque con frecuencia se trate de personas muy inteligentes.
Los expertos no saben a ciencia cierta qué empuja a estos aficionados a jugarse la vida. Algunos creen que el problema está en el cerebro. “No podemos detenerlos —dicen—; solo intentamos evitar que no corran riesgos mortales, o como mínimo, que no pongan en peligro a los demás.”
El punto de vista cristiano
Los cristianos creen que la vida es un valioso regalo de Jehová Dios. Cuando alguien corre riesgos innecesarios solo para demostrar su audacia o virilidad, para enardecer a la multitud o para sentir la adrenalina, en realidad desprecia este maravilloso don. Jesús demostró un profundo respeto por su vida y no la arriesgó innecesariamente. Rehusó poner a Dios a prueba (Mateo 4:5-7).
De igual modo, los cristianos deben respetar la vida. “En una ocasión escalé un risco y llegué a un punto en el que no podía ni retroceder ni avanzar —escribió una cristiana—. Todavía me estremezco al pensar en lo cerca que estuve de la muerte. ¡Qué pérdida tan inútil habría sido!”
‘Donde yo vivo —escribió otra cristiana—, los jóvenes practican muchos deportes de riesgo y siempre tratan de convencerme de que los acompañe. Pero en las noticias he oído bastantes casos de personas que han muerto o han resultado gravemente heridas al practicar uno de los “divertidos” deportes de los que ellos me hablan. Considero imprudente arriesgar la vida que me ha dado Jehová Dios por unos momentos de emoción.’ Todos haremos bien en obrar con la misma sensatez.

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