martes, 17 de junio de 2014

¿Importa lo que los demás piensen de nosotros?

A casi todo el mundo le gusta ser alabado. Los elogios nos hacen sentir bien, pues nos dan un sentido de logro. Saber que hay quienes nos miran con aprobación nos anima incluso a mejorar lo que hacemos. Sin embargo, sucede lo contrario si percibimos que algunas personas no tienen un buen concepto de nosotros. Una respuesta fría o un comentario crítico aplastan nuestro espíritu. Lo que los demás piensan de nosotros puede influir mucho en lo que pensamos de nosotros mismos.

¿Las opiniones de quiénes debemos valorar?
Queremos la aprobación de los que están allegados a nosotros en la adoración verdadera, como nuestros familiares cristianos y nuestros hermanos y hermanas espirituales (Romanos 15:2; Colosenses 3:18-21). El amor y respeto de nuestros compañeros cristianos y el “intercambio de estímulo” entre unos y otros significan mucho para nosotros (Romanos 1:11, 12). Consideramos “con humildad mental que los demás son superiores” a nosotros (Filipenses 2:2-4). Además, buscamos y valoramos la aprobación de “los que llevan la delantera” entre nosotros, es decir, los ancianos de la congregación (Hebreos 13:17).

Cómo ganarnos el respeto de los opositores
“Ustedes serán objeto de odio de parte de toda la gente por motivo de mi nombre —advirtió Jesús—; mas el que haya aguantado hasta el fin es el que será salvo.” (Mateo 10:22.) Dicho odio a veces da lugar a acusaciones maliciosas. Tal vez haya funcionarios parciales que nos acusen de “sedición” o “subversión”, y detractores que aseguren abiertamente que somos una secta problemática que tiene que ser reprimida (Hechos 28:22). Hay ocasiones en que tales acusaciones pueden ser contrarrestadas. ¿Cómo? Siguiendo el consejo del apóstol Pedro: “[Estén] listos para presentar una defensa ante todo el que les exija razón de la esperanza que hay en ustedes, pero haciéndolo junto con genio apacible y profundo respeto” (1 Pedro 3:15). Además, debemos utilizar “habla saludable que no se pueda condenar; para que el hombre que está del lado opuesto se avergüence, al no tener nada vil que decir acerca de nosotros” (Tito 2:8).
Ahora bien, aunque tratamos de limpiar de oprobio nuestro nombre, no debemos desanimarnos ni sentirnos abrumados cuando seamos calumniados injustamente. Jesús, el Hijo perfecto de Dios, fue acusado de blasfemia, sedición y hasta de espiritismo (Mateo 9:3; Marcos 3:22; Juan 19:12). El apóstol Pablo fue difamado (1 Corintios 4:13). Tanto Jesús como Pablo pasaron por alto esas críticas y siguieron efectuando su obra (Mateo 15:14). Sabían que nunca se ganarían la aprobación de sus enemigos, puesto que “el mundo entero yace en el poder del inicuo” (1 Juan 5:19). Hoy día afrontamos el mismo desafío. No tenemos razón para intimidarnos cuando los detractores dominados por el odio esparcen mentiras acerca de nosotros (Mateo 5:11).
Las opiniones que de veras importan
Lo que la gente piensa de nosotros varía mucho, pues se basa en sus propios motivos y en lo que le han dicho. Algunos nos alaban y nos honran, mientras que otros nos injurian y nos odian. Sin embargo, mientras nos dejemos guiar por los principios bíblicos, tenemos razones de sobra para estar felices y en paz.
El apóstol Pablo escribió: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16, 17). Si aceptamos con agradecimiento la Palabra de Dios como nuestra guía en todas las cosas, conseguiremos el favor de Jehová Dios y de su Hijo, Jesucristo. Al fin y al cabo, las opiniones que más importan son las de Jehová y de su Hijo. Lo que ellos piensan de nosotros revela nuestra verdadera valía. En última instancia, nuestra vida depende de que ellos nos aprueben (Juan 5:27; Santiago 1:12).

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