martes, 17 de junio de 2014

No juro




De veras alzo la mano en juramento a Jehová (Gén. 14:22).
Las criaturas perfectas que aman a Dios y lo imitan no necesitan jurar, pues siempre dicen la verdad y confían por completo unas en otras. Pero todo cambió cuando el ser humano cayó en el pecado y la imperfección. Con el tiempo, la mentira y el engaño se hicieron comunes entre los hombres, así que vieron necesario hacer juramentos para garantizar la veracidad de asuntos importantes. Abrahán empleó ese recurso legal al menos en tres ocasiones (Gén. 21:22-24; 24:2-4, 9). Una de ellas fue después de derrotar al rey de Elam y sus aliados (Gén. 14:17-20). Cuando el rey de Sodoma quiso recompensar a Abrahán por rescatar a su pueblo de los ejércitos invasores, Abrahán le contestó: “Desde un hilo hasta una correa de sandalia, no, no tomaré nada de lo que es tuyo, para que no digas: ‘Yo fui quien enriqueció a Abrán’” (Gén. 14:21-23). 

Obedezca a Dios y verá cumplidas sus promesas
“Puesto que [Dios] no podía jurar por nadie mayor, juró por sí mismo.” (HEB. 6:13)
¿SABE LA RESPUESTA?
¿Por qué estamos seguros de que las promesas de Dios se cumplirán sin falta?
¿Qué promesa hizo Dios después de que Adán y Eva pecaron?
¿Cómo nos beneficia el juramento que Dios le hizo a Abrahán?
JEHOVÁ es “el Dios de la verdad” (Sal. 31:5). Como los hombres son pecadores, no siempre son dignos de confianza; en cambio, “es imposible que Dios mienta” (Heb. 6:18léase Números 23:19). Lo que se propone para el bien de la humanidad siempre se cumple. Por ejemplo, todo lo que dijo que haría al principio de cada período creativo “llegó a ser así”, de modo que al final del sexto día “vio Dios todo lo que había hecho y, ¡mire!, era muy bueno” (Gén. 1:6, 7, 30, 31).
2 Tras contemplar sus creaciones, Jehová anunció el comienzo de un séptimo día. No se refería a un día literal de veinticuatro horas, sino a un largo período de descanso durante el cual no ha creado más cosas en la Tierra (Gén. 2:2). Y ese “día” aún no ha terminado (Heb. 4:9, 10). La Biblia no revela cuándo comenzó exactamente, pero fue algún tiempo después de la creación de Eva, la esposa de Adán, hace unos seis mil años. Ante nosotros se extiende el Reinado de Mil Años de Jesucristo, el cual se encargará de cumplir el propósito de Dios al crear la Tierra: que fuera un paraíso donde los seres humanos vivieran para siempre siendo perfectos (Gén. 1:27, 28; Rev. 20:6). ¿Podemos estar seguros de que disfrutaremos de ese futuro tan feliz? Claro que sí, pues “Dios procedió a bendecir el día séptimo y a hacerlo sagrado”. Eso fue una garantía de que, sin importar los imprevistos que pudieran surgir, el propósito de Dios se cumpliría sin falta al finalizar su día de descanso (Gén. 2:3).
3 Tras iniciarse ese día de descanso, sobrevino el desastre. Satanás, quien era un ángel de Dios, se alzó como un dios rival cuando le dijo a Eva la primera mentira y la indujo a desobedecer a su Creador (1 Tim. 2:14). A su vez, ella consiguió que su esposo se le uniera en su mal proceder (Gén. 3:1-6). Incluso en ese triste momento de la historia universal en que se puso en duda su veracidad, Jehová no vio necesario confirmar con un juramento que su propósito se haría realidad a pesar de todo. Más bien, con palabras que se entenderían cuando él lo estimara oportuno, simplemente declaró cómo se aplastaría la rebelión. Le dijo a Satanás: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él [la Descendencia prometida] te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón” (Gén. 3:15; Rev. 12:9).
EL JURAMENTO, UN VALIOSO RECURSO LEGAL
4 En esa primera etapa de la historia humana, probablemente nunca hizo falta certificar algo con un juramento. Las criaturas perfectas que aman a Dios y lo imitan no necesitan jurar, pues siempre dicen la verdad y confían por completo unas en otras. Pero todo cambió cuando el ser humano cayó en el pecado y la imperfección. Con el tiempo, la mentira y el engaño se hicieron comunes entre los hombres, así que vieron necesario hacer juramentos para garantizar la veracidad de asuntos importantes.
5 Abrahán empleó ese recurso legal al menos en tres ocasiones (Gén. 21:22-24; 24:2-4, 9). Una de ellas fue después de derrotar al rey de Elam y sus aliados. Cuenta la Biblia que, mientras regresaba de la batalla, el rey de Salem y el de Sodoma salieron a su encuentro. El primero, llamado Melquisedec, era además “sacerdote del Dios Altísimo”, y como tal bendijo a Abrahán y alabó a Dios por haber concedido al patriarca la victoria sobre sus enemigos (Gén. 14:17-20). Entonces, cuando el rey de Sodoma quiso recompensarle por rescatar a su pueblo de los ejércitos invasores, Abrahán le contestó: “De veras alzo la mano en juramento a Jehová el Dios Altísimo, Productor de cielo y tierra, y juro que, desde un hilo hasta una correa de sandalia, no, no tomaré nada de lo que es tuyo, para que no digas: ‘Yo fui quien enriqueció a Abrán’” (Gén. 14:21-23).
EL JURAMENTO QUE JEHOVÁ LE HIZO A ABRAHÁN
6 Para ayudarnos a confiar en sus promesas, Jehová también hizo juramentos que comenzaban con expresiones como esta: “Tan ciertamente como que yo estoy vivo —es la expresión del Señor Soberano Jehová—” (Ezeq. 17:16). En la Biblia se registran más de cuarenta juramentos de Jehová, y puede que el más conocido sea el que le hizo a Abrahán. A lo largo de muchos años le había hecho varias promesas que, en conjunto, revelaban que la Descendencia prometida vendría de su linaje, a través de su hijo Isaac (Gén. 12:1-3, 7; 13:14-17; 15:5, 18; 21:12). Entonces Jehová lo sometió a una difícil prueba, pues le mandó que le sacrificara a su amado hijo. Abrahán se dispuso a obedecer sin demora, y cuando estaba a punto de matarlo, un ángel lo detuvo. Entonces Dios lehizo este juramento: “Por mí mismo de veras juro [...] que por motivo de que has hecho esta cosa y no has retenido a tu hijo, tu único, yo de seguro te bendeciré y de seguro multiplicaré tu descendencia como las estrellas de los cielos y como los granos de arena que hay en la orilla del mar; y tu descendencia tomará posesión de la puerta de sus enemigos. Y mediante tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra debido a que has escuchado mi voz” (Gén. 22:1-3, 9-12, 15-18).
7 ¿Con qué propósito le juró Dios a Abrahán que sus promesas se cumplirían? Con el de animar y fortalecerles la fe a las personas que compondrían la parte secundaria de la “descendencia” prometida, quienes serían herederos con Cristo (léase Hebreos 6:13-18; Gál. 3:29). Como explicó el apóstol Pablo, Jehová “intervino con un juramento, a fin de que, mediante dos cosas inmutables [su promesa y su juramento] en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos [...] fuerte estímulo para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros”.
8 Los cristianos ungidos no son los únicos que se benefician de ese juramento. Jehová juró que mediante la “descendencia” de Abrahán se bendecirían personas de “todas las naciones de la tierra” (Gén. 22:18). Entre ellas se encuentran las obedientes “otras ovejas” de Cristo, quienes abrigan la esperanza de vivir para siempre en una Tierra hecha un paraíso (Juan 10:16). Sea que tengamos la esperanza de vivir en el cielo o en la Tierra, debemos “asirnos”, o aferrarnos, a ella obedeciendo a Dios en todo aspecto de nuestra vida (léase Hebreos 6:11, 12).
JURAMENTOS DIVINOS RELACIONADOS CON LAS PROMESASA ABRAHÁN
9 Siglos más tarde, Jehová volvió a jurar que cumpliría las promesas que ya hemos mencionado cuando envió a Moisés a hablar con los descendientes de Abrahán, quienes por ese entonces eran esclavos de los egipcios (Éx. 6:6-8). Dios dijo con referencia a aquella ocasión: “El día en que escogí a Israel [...] alcé la mano en juramento a ellos para sacarlos de la tierra de Egipto a una tierra que yo había espiado para ellos, una que manaba leche y miel” (Ezeq. 20:5, 6).
10 Tras liberar a los israelitas del yugo de Egipto, Jehová les hizo este otro juramento: “Si ustedes obedecen estrictamente mi voz y verdaderamente guardan mi pacto, entonces ciertamente llegarán a ser mi propiedad especial de entre todos los demás pueblos, porque toda la tierra me pertenece a mí. Y ustedes mismos llegarán a ser para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éx. 19:5, 6). ¡Qué gran privilegio! Si eran obedientes, muchos miembros de esa nación podrían tener la esperanza de que Dios los utilizara como un reino de sacerdotes para bendecir al resto de la humanidad. Posteriormente, explicándoles lo que había hecho por ellos en aquella ocasión, Jehová les dijo: “Procedí a [...] hacerte una declaración jurada y a entrar en un pacto contigo” (Ezeq. 16:8).
11 Jehová no obligó a los israelitas a jurar que le obedecerían, ni tampoco a entrar en esa privilegiada relación con él. Fue por su libre voluntad que dijeron: “Todo lo que Jehová ha hablado estamos dispuestos a hacerlo” (Éx. 19:8). Tres días después, Jehová les dijo lo que tenían que hacer como nación escogida. Primero oyeron los Diez Mandamientos, y luego Moisés les transmitió otros mandatos (Éx. 20:22–23:33). ¿Qué hicieron? “Todo el pueblo respondió con una sola voz y dijo: ‘Todas las palabras que ha hablado Jehová estamos dispuestos a ponerlas por obra’.” (Éx. 24:3.) Más tarde, Moisés escribió las leyes en “el libro del pacto” y las leyó en voz alta para que toda la nación pudiera oírlas de nuevo. Al instante, el pueblo prometió por tercera vez: “Todo lo que Jehová ha hablado estamos dispuestos a hacerlo, y a ser obedientes” (Éx. 24:4, 7, 8).
12 Jehová empezó a cumplir de inmediato su parte del pacto de la Ley. ¿De qué manera? Estableciendo una tienda para su adoración y un sacerdocio. De ese modo, los seres humanos pecadores podrían acercarse a él. Por su parte, los israelitas olvidaron enseguida su dedicación a Dios. Con su actitud, “causaban dolor aun al Santo de Israel” (Sal. 78:41). Por ejemplo, mientras Moisés estaba recibiendo más instrucciones en el monte Sinaí, ellos pensaron que los había abandonado, así que se impacientaron y comenzaron a perder su fe en Dios. Como resultado, fabricaron un becerro de oro y proclamaron: “Este es tu Dios, oh Israel, que te hizo subir de la tierra de Egipto” (Éx. 32:1, 4). Entonces se pusieron a celebrar lo que denominaron una “fiesta a Jehová”, inclinándose y haciendo sacrificios ante la imagen. Al ver aquello, Jehová le dijo a Moisés: “Se han desviado apresuradamente del camino en que les he mandado ir” (Éx. 32:5, 6, 8). Por desgracia, de ahí en adelante Israel adoptó la mala costumbre de hacer votos para luego romperlos (Núm. 30:2).
DOS JURAMENTOS MÁS
13 Durante el reinado de David, Jehová hizo otros dos juramentos para bendecir a todos sus siervos obedientes. En primer lugar le juró a David que su trono duraría para siempre (Sal. 89:35, 36; 132:11, 12). Esto significó que la Descendencia prometida provendría de su linaje, y por eso se la llamaría “Hijo de David” (Mat. 1:1; 21:9). De hecho, aquel rey se refirió con humildad a su futuro descendiente como su “Señor”, reconociendo que el Cristo ocuparía un puesto superior al suyo (Mat. 22:42-44).
14 En segundo lugar, Jehová inspiró a David para que predijera que ese singular Rey también sería el Sumo Sacerdote de la humanidad. En Israel, los reyes y los sacerdotes eran figuras totalmente separadas. Los sacerdotes provenían de la tribu de Leví, y los reyes, de la de Judá. Pero en cuanto a su ilustre heredero, David profetizó: “La expresión de Jehová a mi Señor es: ‘Siéntate a mi diestra hasta que coloque a tus enemigos como banquillo para tus pies’. Jehová ha jurado (y no sentirá pesar): ‘¡Tú eres sacerdote hasta tiempo indefinido a la manera de Melquisedec!’” (Sal. 110:1, 4). En cumplimiento de esta profecía, Jesucristo, la Descendencia prometida, ya reina en los cielos. Además, es el Sumo Sacerdote de la humanidad, y en ese papel ayuda a las personas arrepentidas a disfrutar de una buena relación con Dios (léase Hebreos 7:21, 25, 26).
EL NUEVO ISRAEL DE DIOS
15 Cuando rechazaron a Jesucristo, los israelitas como pueblo perdieron su posición privilegiada ante Dios y la posibilidad de convertirse en “un reino de sacerdotes”. Jesús les aseguró a los líderes judíos: “El reino de Dios les será quitado a ustedes y será dado a una nación que produzca sus frutos” (Mat. 21:43). La nueva nación llegó a existir en la fiesta de Pentecostés del año 33 de nuestra era, cuando se derramó el espíritu de Dios sobre unos ciento veinte discípulos de Jesús que se encontraban reunidos en Jerusalén. Como grupo, se los llegó a conocer como “el Israel de Dios”, al que no tardaron en unirse varios millares de cristianos de todas las naciones del mundo conocido de aquel tiempo (Gál. 6:16).
16 A diferencia del Israel literal, la nueva nación espiritual de Dios no ha dejado de producir buenos frutos gracias a su continua obediencia a Dios. Uno de los mandatos que cumplen sus miembros tiene que ver con los juramentos. En tiempos de Jesús, mucha gente juraba en falso o sobre cuestiones de poca monta (Mat. 23:16-22). Sin embargo, Jesús les enseñó a sus seguidores: “No juren de ninguna manera [...]. Simplemente signifique su palabra Sí, Sí, su No, No; porque lo que excede de esto proviene del inicuo” (Mat. 5:34, 37).
17 ¿Quiso decir Jesús que siempre está mal jurar? Y más importante, ¿qué implica que nuestro  signifique sí? Examinaremos estas preguntas en el siguiente artículo. Que nuestra reflexión constante en torno a las Escrituras nos impulse a seguir siendo obedientes a Dios. Entonces él se complacerá en concedernos bendiciones eternas, en armonía con sus inestimables juramentos.

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