lunes, 28 de abril de 2014

La manipulación de la información

“Por medio de una propaganda inteligente y constante, se puede hacer creer que el cielo es el infierno y, viceversa, que la vida más miserable es un verdadero paraíso.”—Adolf Hitler, Mi lucha.

Con el avance de los medios de comunicación (de la imprenta se pasó al teléfono, la radio, la televisión y luego a Internet) se ha acelerado espectacularmente la difusión de mensajes persuasivos. Esta revolución en las comunicaciones ha generado una sobrecarga de información, que somete al ciudadano a una avalancha de mensajes procedentes de todos los rincones. Ante tal presión, muchos reaccionan absorbiendo los mensajes con más rapidez, aceptándolos sin cuestionarlos ni analizarlos.

A los astutos propagandistas les encanta que el público adopte estos métodos rápidos, sobre todo si con ellos se elude el pensamiento racional. Procuran conseguir este objetivo agitando las emociones, aprovechándose de las inseguridades, recurriendo a la ambigüedad del lenguaje y torciendo las leyes de la lógica. Como revela la historia, son tácticas sumamente eficaces.
Aunque hoy el término propaganda asume a veces tintes negativos, en alusión al empleo de estrategias deshonestas, ese no era el sentido original. Al parecer, la palabra procede del nombre latino de un cuerpo de cardenales católicos: la Congregatio dePropaganda Fide (Congregación para la Propagación de la Fe). Esta comisión, denominada Propaganda para abreviar, fue establecida por el papa Gregorio XV en 1622 para supervisar a los misioneros. Poco a poco, propaganda vino a designar todo esfuerzo encaminado a diseminar una creencia.
Mentiras y más mentiras
El truco más fácil de que dispone el propagandista es el empleo de mentiras rotundas. Tomemos, por ejemplo, las falsedades que escribió Martín Lutero en 1543 sobre los judíos de Europa: “Han envenenado pozos, han cometido asesinatos, han raptado niños [...]. Son serpientes ponzoñosas, resentidas, vengativas y astutas; homicidas y camada del Diablo que pican y hacen daño”. ¿Qué exhortación hizo a los “cristianos”? “Prender fuego a las sinagogas [...;] hay que despojarles de sus casas y destruirlas.”
Un profesor de estudios gubernamentales y sociales que ha analizado aquella era dice: “El antisemitismo no tiene básicamente nada que ver con las acciones de los judíos y, en consecuencia, tampoco tiene básicamente nada que ver con el conocimiento de la auténtica naturaleza de los judíos por parte de los antisemitas”. Luego añade: “[Los judíos] representaban todo lo que estaba mal, de manera que la reacción refleja ante un mal natural o social consistía en examinar sus supuestos orígenes judíos”.
Las generalizaciones
Otra táctica propagandística muy eficaz son las generalizaciones, que tienden a oscurecer aspectos importantes de los verdaderos puntos en juego y suelen emplearse para denigrar a colectividades enteras. Por ejemplo, hay países europeos donde se oye a menudo que “los gitanos [o los inmigrantes] son todos unos ladrones”. Pero ¿es cierta esta afirmación?
El columnista Richardos Someritis señala que en cierto país esas opiniones desataron una especie de “locura xenófoba y, en muchos casos, racista” contra algunos extranjeros. Sin embargo, se ha determinado que allí existe la misma probabilidad de que cometa un acto delictivo un natural que un extranjero. Como ejemplo, Someritis cita estadísticas que revelan que en Grecia “el 96% de los delitos los perpetran [griegos]”. “Las causas de la delincuencia —añade— no son ‘raciales’, sino económicas y sociales.” Culpa a los medios de comunicación “de cultivar de modo sistemático la xenofobia y el racismo” al informar tendenciosamente de las fechorías.
Las descalificaciones
Hay quienes denigran a sus adversarios ideológicos; para ello suscitan dudas sobre su reputación o sus motivos, en vez de atenerse a la realidad. De este modo le colocan a la persona, agrupación o idea una etiqueta negativa y fácil de recordar. Los que recurren a las descalificaciones esperan que estas tengan aceptación. La estrategia funciona si logra que el público rechace a ciertos ciudadanos o conceptos por la simple etiqueta, sin evaluar los hechos por sí mismos.
Por ejemplo, en los últimos años se ha extendido por muchos países de Europa y de otras regiones un intenso sentimiento antisectas. Esta tendencia ha agitado emociones, ha creado la imagen de un enemigo y ha fortalecido los prejuicios existentes contra las minorías religiosas. El término secta suele convertirse en un sambenito. El profesor alemán Martin Kriele escribió en 1993: “La palabra secta es otra manera de referirse a los ‘herejes’, y en la Alemania actual, como en la antigüedad, el hereje [está condenado al exterminio]; si no con fuego [...], mediante la difamación, el aislamiento y la ruina económica”.
El Instituto para el Análisis de la Propaganda señala que “las descalificaciones han desempeñado un papel poderosísimo en la historia universal y en nuestro propio desarrollo individual. Han destruido reputaciones, [...] han enviado [gente] a las celdas y han enardecido a los hombres al grado de haber ido a la batalla a matar al semejante”.

La manipulación de las emociones
Aunque los sentimientos sean irrelevantes en lo que respecta a la objetividad de la información o la lógica de un argumento, resultan esenciales para persuadir. Los llamamientos emocionales son obra de publicistas expertos, que tocan las fibras afectivas con la maestría de un virtuoso pianista.
Por ejemplo, el miedo tiene el poder de nublar el juicio. Y al igual que la envidia, se presta a manipulaciones. El periódico canadiense The Globe and Mail publicó el 15 de febrero de 1999 esta información procedente de Moscú: “La semana pasada, al suicidarse tres chicas en Moscú, los medios de comunicación rusos dieron a entender que eran seguidoras fanáticas de los testigos de Jehová”. Observemos el término “fanáticas”. Como es natural, la gente sentiría recelo de toda organización religiosa extremista que supuestamente incitara a la juventud al suicidio. Ahora bien, ¿tenían alguna relación con los Testigos las desafortunadas jóvenes?
El citado diario prosigue: “La policía admitió con posterioridad que entre las chicas y [los testigos de Jehová] no existía ningún vínculo. Pero una cadena de televisión moscovita ya había lanzado para entonces un nuevo ataque contra esta confesión, indicando a los espectadores que los testigos de Jehová habían colaborado con Adolf Hitler en la Alemania nazi, pese a las pruebas históricas de que miles de sus miembros fueron víctimas de los campos de exterminio nazis”. En la mente del desinformado y posiblemente temeroso público se grabó la idea de que los testigos de Jehová constituyen una peligrosa secta suicida o una agrupación que colaboró con los nazis.
El odio es una intensa emoción que explotan los propagandistas. Un medio muy eficaz de alimentarlo es el lenguaje tendencioso. Hay un caudal inagotable de términos ofensivos que crean hostilidad —o la potencian— contra ciertas colectividades raciales, étnicas o religiosas.
Algunos propagandistas se aprovechan del orgullo. Muchos anuncios apelan a este sentimiento con clichés como: “Toda persona inteligente sabe que...” o “Para alguien tan culto como usted es obvio que...”. Al hacer un llamamiento indirecto al orgullo, juegan con nuestros temores de parecer ignorantes, algo que tienen muy claro los profesionales de la persuasión.
Lemas y símbolos
Los lemas son declaraciones genéricas que suelen emplearse para manifestar una postura u objetivo. Dada su vaguedad, es fácil concordar con ellos.
Por ejemplo, en momentos de crisis o conflicto nacional, los demagogos tal vez salgan con lemas como “Mi nación, tenga o no la razón”, “Patria, religión y familia” o “Libertad o muerte”. Pero ¿analiza la mayoría de la gente las verdaderas implicaciones de una crisis o un conflicto, o sencillamente aceptan lo que se les dice?
Con referencia a la I Guerra Mundial, Winston Churchill dijo en un libro: “Basta con una señal para transformar a estas multitudes de campesinos y obreros en poderosos ejércitos que se despedazarán mutuamente”. Luego señaló que cuando se les ordenaba lo que tenían que hacer, la mayoría reaccionaba sin pensarlo.
El propagandista también tiene una amplia gama de símbolos y signos para transmitir su mensaje: una salva de veintiún cañonazos, un saludo militar, una bandera... También se puede usar el amor a los padres. Así, figuras tales como el solar patrio, la madre patria o la madre iglesia son instrumentos útiles en manos del sagaz persuasor.
Como vemos, el astuto propagandismo puede paralizar el pensamiento, impedir que se razonen y analicen los asuntos con claridad, y condicionar a las personas a actuar en masa. ¿Cómo podemos protegernos de su influjo?

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