domingo, 12 de octubre de 2014

¿Se están poniendo las mujeres en su rebeldía del lado de Satanás?

El fraude comercial, la aplicación parcial de la ley, la injusticia social, la mala asistencia médica, el deficiente sistema educativo, la explotación en nombre de la fe y la depredación ecológica figuran entre las cuestiones por las que muchos suspiramos decepcionados. Males como los anteriores son los que incitan al reformador a actuar.
En casi todas las sociedades hay quienes alientan las innovaciones en conformidad con el orden público y la Constitución del país. Por lo general no se trata ni de anarquistas ni de revolucionarios, pues la mayoría se atienen al marco legal y repudian la violencia. Algunos se valen de los cargos que ocupan para promover determinados cambios, y otros se afanan por que los lleven a término las autoridades, para lo cual recurren a presiones e influencias.
Los reformistas procuran que la sociedad se replantee diversas situaciones. Además de protestar, ofrecen propuestas para mejorar. A fin de dar publicidad a su causa, tal vez convoquen manifestaciones o acudan a los medios de comunicación, pues una de las peores cosas que les puede ocurrir es pasar inadvertidos.

La historia contiene un sin número de ejemplos. Así, la Biblia señala que hace casi dos mil años, un orador dirigió el siguiente elogio a Félix, procurador de la provincia romana de Judea: “Por providencia tuya se están efectuando reformas en esta nación” (Hechos 24:2). Y unos quinientos años antes, el legislador griego Solón impulsó medidas para elevar el nivel de vida de los más pobres. En efecto, “eliminó los peores estragos de la miseria” en la antigua Atenas, según indica The Encyclopædia Britannica.

Igualmente, la historia de la religión ofrece un amplio abanico de reformadores. Entre ellos se cuenta Martín Lutero, quien trató de renovar la Iglesia Católica y cuyas iniciativas condujeron al surgimiento del protestantismo.

Los reformadores también suelen tratar de influir en cuestiones más relacionadas con lo material. Algunos fomentan la adopción de un determinado modelo de vida.

En los años sesenta se convocó el Concilio Vaticano II con la intención de poner al día la Iglesia Católica. Posteriormente, en los noventa, también hubo corrientes renovadoras entre los laicos católicos, con recomendaciones como la modificación de las normas sobre el celibato. De igual modo, las presiones de diversos sectores de la Iglesia Anglicana llevaron a que se autorizara la ordenación de mujeres.

En los últimos años, el creciente énfasis que han recibido las libertades fundamentales, los derechos civiles y los derechos humanos ha reforzado significativamente la protección y defensa de las minorías desfavorecidas y las personas perseguidas.Pero los reajustes, una vez realizados, suelen acarrear sorpresas. De ahí que John W. Gardner, funcionario estadounidense del siglo XX, dijera: “Una de las ironías de la historia es que, en muchos casos, el reformador no acierta a prever las consecuencias de los cambios que introduce”.

El feminismo, ha redefinido la vida de la mujer occidental al conseguir que vea reconocido su derecho al voto y tenga mayores oportunidades de trabajo y educación superior. Pero hasta los partidarios de este movimiento admiten que, pese a sus logros, ha agravado algunos males.



Las reformas terminan encauzándose para fines distintos a los previstos, fines que pudieran ser nefastos. Así ocurrió con la teoría eugenésica —el perfeccionamiento de la humanidad seleccionando los padres para que procreen hijos más fuertes— propuesta por el movimiento alemán de la Lebensreform: elementos radicales manipularon dicha teoría a fin de respaldar la lucha ideológica nazi destinada a crear una raza superior.

¿Fue Jesús un reformista?

¿Será verdad que Jesús fue un reformista, como algunos afirman? Esta cuestión resulta trascendental para quien desea ser un leal siervo de Dios, pues para eso debe seguir con cuidado las huellas de Cristo (1 Pedro 2:21).

Es indudable que él tenía las facultades necesarias para efectuar transformaciones positivas. Dado que era perfecto, podría haber abierto un camino lleno de profundos cambios e innovaciones. Sin embargo, no dirigió campañas contra la corrupción en la política o en los negocios ni manifestaciones contra la injusticia, a pesar de que él mismo llegaría a ser víctima de un terrible atropello. Aunque a veces ni siquiera tuvo “dónde recostar la cabeza”, no formó un grupo de presión para crear conciencia sobre la situación de las personas sin hogar. Y cuando alguien se preocupó por la economía, dijo: “Siempre tienen a los pobres con ustedes”. Además, se mantuvo neutral ante los conflictos de este mundo (Mateo 8:20; 20:28; 26:11; Lucas 12:13, 14; Juan 6:14, 15; 18:36).

Claro, no fue indiferente a la pobreza, la corrupción, la injusticia y otros problemas, sino que, como muestra la Biblia, se conmovió por el deplorable estado de la gente (Marcos 1:40, 41; 6:33, 34; 8:1, 2; Lucas 7:13). Pero la solución que él ofrecía era excepcional. En vez de simples reformas, se trataba de un cambio total en el gobierno de la humanidad, una transformación que, como indica el próximo artículo, se hará realidad mediante el Reino celestial instituido por el Creador del hombre, Jehová Dios, y administrado por el Rey Jesucristo.

¿Degrada la Biblia a las mujeres o las trata como si fueran personas inferiores?

Gén. 2:18: “Pasó Jehová Dios a decir: ‘No es bueno que el hombre continúe solo. Voy a hacerle una ayudante, como complemento de él.’” (En este texto Dios no describe al hombre como mejor persona que la mujer. Más bien, Dios indicó que la mujer tendría cualidades que complementarían las del hombre dentro del arreglo de Dios. Un complemento es una de dos partes que se completan mutuamente. Así, las mujeres, como grupo, se destacan en ciertas cualidades y habilidades o talentos; los hombres, en otros. Compárese con 1 Corintios 11:11, 12.)
Gén. 3:16: “A la mujer le dijo [Dios]: ‘[...] tu deseo vehemente será por tu esposo, y él te dominará.’” (Esta declaración, que se pronunció después que Adán y Eva habían pecado, no era una declaración de lo que los hombres debían hacer, sino de lo que Jehová sabía de antemano que harían, ahora que el egoísmo había llegado a ser parte de la vida humana. Una serie de relatos bíblicos posteriores dan a conocer las situaciones de gran infelicidad que surgieron debido a dicha dominación egoísta por los hombres. Pero la Biblia no dice que Dios haya aprobado tal tipo de conducta ni que sea un ejemplo que otros deban seguir.)

¿Degrada a las mujeres el que se asigne la jefatura (o puesto del que es cabeza) a los hombres?

  El que se esté bajo la jefatura de alguien o se tenga a alguien como cabeza no es en sí degradante. El que haya jefatura contribuye al manejo de los asuntos en un arreglo ordenado; y Jehová “no es Dios de desorden, sino de paz” (1 Cor. 14:33). Jesucristo está bajo la jefatura de Jehová Dios, y recibe gran satisfacción de esa relación. (Juan 5:19, 20; 8:29; 1 Cor. 15:27, 28.)

  También al hombre se le asigna una jefatura relativa, particularmente en la familia y en la congregación cristiana. Dios no ha dado al hombre autoridad absoluta sobre la mujer; el hombre tiene que responder a su cabeza, Jesucristo, y a Dios, por la manera como ejerce dicha jefatura (1 Cor. 11:3). Además, se manda a los esposos que deben “estar amando a sus esposas como a sus propios cuerpos” y deben ‘asignarles honra’ (Efe. 5:28; 1 Ped. 3:7). En el arreglo establecido por Dios para las parejas casadas, el esposo no antepone sus necesidades sexuales a las de su esposa (1 Cor. 7:3, 4). El papel de una esposa capaz, según se bosqueja en la Biblia, da énfasis al valor que ella tiene en la familia y en la comunidad. Le permite un campo amplio en el cual puede tomar la iniciativa mientras demuestra que reconoce como cabeza a su esposo (Pro. 31:10-31). La Biblia manda a los hijos honrar, no solo al padre, sino también a la madre (Efe. 6:1-3). También da atención especial a que se atiendan las necesidades de las viudas (Sant. 1:27). Así, entre los cristianos verdaderos las mujeres pueden hallar gran seguridad, aprecio verdadero para sí como personas y satisfacción personal en sus actividades.

  Lo digno de la posición que la mujer ocupa en el arreglo de Dios se ve, además, en el hecho de que Jehová, al referirse a su propia organización de criaturas celestiales leales, la representa como una mujer, su esposa, la madre de sus hijos (Rev. 12:1; Gál. 4:26). También, a la congregación de Jesucristo, ungida con espíritu, se le llama la novia de él (Rev. 19:7; 21:2, 9). Y, desde el punto de vista espiritual, no hay distinción alguna entre varón y fémina entre las personas a quienes se llama para que participen del Reino celestial con Cristo. (Gál. 3:26-28.)


¿Deben ser ministras las mujeres?




Por lo que la Biblia describe, las personas a quienes se encargaba la superintendencia de una congregación eran varones. Todos los apóstoles de Jesucristo, los doce, fueron varones, y las personas a quienes después se nombró como superintendentes y siervos ministeriales en las congregaciones cristianas fueron varones (Mat. 10:1-4; 1 Tim. 3:2, 12). A las mujeres se les aconseja que en las reuniones ‘aprendan en silencio, con plena sumisión’, en el sentido de que no planteen preguntas con las que desafíen a los hombres de la congregación. Las mujeres ‘no deben hablar’ en tales reuniones si lo que fueran a decir hubiera de mostrar falta de sujeción (1 Tim. 2:11, 12; 1 Cor. 14:33, 34). Así, aunque las mujeres hacen contribuciones valiosas a la actividad de la congregación, no hay provisión para que presidan, ni para que lleven la delantera mediante instruir a la congregación, cuando hay presentes varones capacitados.



Pero ¿pueden las mujeres ser predicadoras, proclamadoras, ministras de las buenas nuevas fuera de las reuniones de congregación? En el Pentecostés del 33 E.C. se derramó espíritu santo tanto sobre hombres como sobre mujeres. Para explicar lo ocurrido, el apóstol Pedro citó de Joel 2:28, 29 y dijo: “‘Y en los últimos días’, dice Dios, ‘derramaré algo de mi espíritu sobre toda clase de carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas y sus jóvenes verán visiones y sus ancianos soñarán sueños; y aun sobre mis esclavos y sobre mis esclavas derramaré algo de mi espíritu en aquellos días, y profetizarán’” (Hech. 2:17, 18). De igual manera, es apropiado que hoy día las mujeres participen en el ministerio cristiano predicando de casa en casa y conduciendo estudios bíblicos en los hogares. (Véanse también Salmo 68:11 y Filipenses 4:2, 3.)

LA REBELDÍA DE LA MUJER REFLEJADO EN EL LENGUAJE DEL VESTIR

¿Es propio que las mujeres usen cosméticos o lleven joyas?

1 Ped. 3:3, 4: “Que su adorno no sea el de trenzados externos del cabello y el de ponerse ornamentos de oro ni el de usar prendas exteriores de vestir, sino que sea la persona secreta del corazón en la vestidura incorruptible del espíritu tranquilo y apacible, que es de gran valor a los ojos de Dios.” (¿Significa esto que las mujeres no deben llevar ningún adorno? No significa eso; así como obviamente no significa que no deberían usar prendas de vestir exteriores. Pero aquí se insta a las mujeres a tener una actitud equilibrada respecto al arreglo y la ropa, y a dar más énfasis al adorno espiritual.)

1 Tim. 2:9, 10: “Deseo que las mujeres se adornen en vestido bien arreglado, con modestia y buen juicio, no con estilos de cabellos trenzados y oro o perlas o traje muy costoso, sino de la manera que es propia de mujeres que profesan reverenciar a Dios, a saber, por medio de obras buenas.” (¿Qué es lo que realmente toma en cuenta Dios... la apariencia externa, o la condición del corazón de uno? ¿Se complacería Dios en que una mujer no usara cosméticos ni llevara joyas, pero viviera una vida inmoral? ¿O aprobaría él a mujeres que son modestas y manifiestan juicio sano en su uso de cosméticos y joyas, y cuyo adorno principal son las cualidades piadosas y la conducta cristiana? Jehová dice: “No de la manera que el hombre ve es la manera que Dios ve, porque el simple hombre ve lo que aparece a los ojos; pero en cuanto a Jehová, él ve lo que es el corazón”. (1 Sam. 16:7.)

Pro. 31:30: “El encanto puede ser falso, y la belleza puede ser vana; pero la mujer que teme a Jehová es la que se procura alabanza.”

ESPOSAS, EDIFIQUEN SU CASA

“Que las esposas estén en sujeción a sus esposos como al Señor”, escribió el apóstol Pablo (Efe. 5:22). Este mandato no es de ningún modo denigrante. Antes de formar a la primera mujer, Eva, Jehová dijo: “No es bueno que el hombre continúe solo. Voy a hacerle una ayudante, como complemento de él” (Gén. 2:18). Ser una ayudante y un complemento —es decir, apoyar al esposo en su papel de cabeza de familia— es sin duda una labor honorable.

La esposa ejemplar contribuye de manera activa al bienestar de los suyos (léase Proverbios 14:1). A diferencia de la mujer tonta de la que habló Salomón, no desprecia el principio de autoridad; al contrario, lo respeta de corazón. Lejos de adoptar la actitud rebelde e independiente de este mundo, sigue la guía de su cónyuge (Efe. 2:2). La mujer tonta no duda en criticar a su marido. En cambio, la mujer sabia hace todo lo posible para que sus hijos y otras personas lo miren con respeto. Además, tiene mucho cuidado de no socavar su autoridad con críticas y discusiones constantes. ¿Y qué hay del presupuesto familiar? La mujer imprudente derrocha los recursos que tanto trabajo cuesta obtener. En cambio, la sabia coopera con su esposo siendo ahorrativa y juiciosa, y no le exige que trabaje horas extras.

La cristiana ejemplar colabora con su esposo para educar a sus hijos en los caminos de Jehová y de ese modo contribuye a que toda la familia se mantenga espiritualmente despierta (Pro. 1:8). Siempre apoya la Noche de Adoración en Familia. Además, cuando su marido aconseja o disciplina a los hijos, le da su respaldo. ¡Qué distinta es de la mujer poco cooperadora que tanto daño físico y espiritual les causa a sus hijos!

A la esposa podría hacérsele difícil colaborar con su marido cuando no está de acuerdo con sus decisiones. Con todo, manifiesta un “espíritu quieto y apacible” y coopera para que las cosas salgan bien (1 Ped. 3:4). Además, sigue el ejemplo de mujeres devotas del pasado como Sara, Rut, Abigail y María, la madre de Jesús (1 Ped. 3:5, 6). Y también imita a las hermanas mayores de hoy día que son “reverentes en su comportamiento” (Tito 2:3, 4). Amando y respetando a su esposo, contribuye a una buena relación de pareja, al bienestar de su familia y a que reine un ambiente de paz y seguridad en el hogar. Para el hombre espiritual, una mujer de esa clase no tiene precio (Pro. 18:22).

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