martes, 7 de octubre de 2014

NO ANDES TRAS "LAS COSAS QUE NADA VALEN"

La Biblia habla de las cosas que nada valen y nos aconseja que no desperdiciemos nuestros recursos tratando de obtenerlas. Así, en Proverbios 12:11 leemos: “El que cultiva su terreno quedará satisfecho él mismo con pan, pero el que sigue tras cosas que nada valen es falto de corazón”. No es difícil entender a qué se refiere este versículo: si un hombre trabaja duro para mantener a su familia, es muy probable que alcance cierto grado de seguridad económica (1 Tim. 5:8). En cambio, si desperdicia sus recursos intentando conseguir cosas que nada valen, está dando prueba de que es “falto de corazón”, es decir, de que carece de buen juicio y buenos motivos. Lo más seguro es que tal hombre termine en la pobreza.

Traslademos ahora el principio de este proverbio al campo de la adoración. Si un cristiano sirve con fidelidad y diligencia a Jehová, goza de verdadera seguridad, pues cuenta con la bendición divina y con una esperanza sólida para el futuro (Mat. 6:33; 1 Tim. 4:10). Pero si deja que las cosas que nada valen lo distraigan, pone en peligro su relación con Jehová y su futuro eterno. ¿Cómo puede evitarlo? Identificando esas cosas sin valor y resolviéndose a rechazarlas (léase Tito 2:11, 12).



¿Cuáles son, entonces, las cosas que nada valen? En un sentido amplio, cualquier cosa que nos distraiga y haga que dejemos de servir a Jehová con toda el alma. Podría tratarse, por ejemplo, de las diversiones. Claro, todos necesitamos divertirnos de vez en cuando. Lo que sucede es que si pasamos demasiado tiempo haciendo cosas divertidas, seguramente terminaremos sacrificando las actividades espirituales. En tal caso, el esparcimiento se convertiría en una cosa que nada vale y perjudicaría nuestra salud espiritual (Ecl. 2:24; 4:6). Para evitar que eso nos ocurra, tenemos que ser equilibrados y no desperdiciar nuestro valioso tiempo (léase Colosenses 4:5). Ahora bien, hay otras cosas inútiles que son mucho más peligrosas que la diversión excesiva. Entre ellas están los dioses falsos.

Cabe destacar que la expresión “que nada valen” califica a los dioses falsos en la mayoría de los versículos bíblicos en los que aparece. Veamos algunos casos. Jehová les dijo a los israelitas: “No deben hacerse dioses que nada valen, y no deben erigirse una imagen tallada ni una columna sagrada, y no deben colocar una piedra como obra de exhibición en su tierra para inclinarse hacia ella” (Lev. 26:1). Y el rey David escribió: “Jehová es grande y ha de ser alabado en gran manera, y se le ha de temer más que a todos los demás dioses. Porque todos los dioses de los pueblos son dioses que nada valen. En cuanto a Jehová, él hizo los cielos” (1 Cró. 16:25, 26).




A nuestro alrededor abundan las pruebas de la grandeza de Jehová, tal como indicó David (Sal. 139:14; 148:1-10). ¡Qué honor fue para los israelitas que el Creador hiciera un pacto con ellos! ¡Y qué insensatos fueron al alejarse de él e inclinarse ante imágenes talladas y columnas sagradas! En tiempos de crisis quedó demostrado que sus dioses falsos eran completamente inútiles. Si estos ni siquiera pudieron salvarse a sí mismos, ¿cómo iban a salvar a sus adoradores? (Jue. 10:14, 15; Isa. 46:5-7.)

Hoy día, en muchos países la gente aún se inclina ante imágenes hechas por el hombre, pero estos dioses son tan inútiles ahora como lo fueron en el pasado (1 Juan 5:21). Ahora bien, la Biblia habla asimismo de otro tipo de dioses. Recordemos estas palabras de Jesús: “Nadie puede servir como esclavo a dos amos; porque u odiará al uno y amará al otro, o se apegará al uno y despreciará al otro. No pueden ustedes servir como esclavos a Dios y a las Riquezas” (Mat. 6:24).




¿Cómo podrían convertirse las riquezas en un dios? Pongamos una comparación. Pensemos en una piedra de buen tamaño que alguien encuentra en un campo del antiguo Israel. Esa piedra podría ser útil en la construcción de una pared o de una casa. Pero si se usara como “columna sagrada” o como “obra de exhibición” con fines idolátricos, se convertiría en un tropiezo para el pueblo de Jehová (Lev. 26:1). De igual modo, el dinero es útil hoy día. Lo necesitamos para subsistir y, además, podemos darle un buen uso en el servicio a Jehová (Ecl. 7:12; Luc. 16:9). Pero si lo ponemos por encima de las actividades cristianas, podría convertirse en nuestro dios (léase 1 Timoteo 6:9, 10). En el mundo actual, la búsqueda de riquezas ocupa un lugar primordial en la vida de la gente. Por eso debemos esforzarnos por ver el dinero de manera equilibrada (1 Tim. 6:17-19).

La educación académica es otro ejemplo de algo útil que puede convertirse en una de las cosas que nada valen. Todos queremos que nuestros hijos reciban una buena educación para que puedan abrirse paso en la vida. Y más importante aún es que con tal educación estarán mejor preparados para leer y comprender las Escrituras, llegar a conclusiones lógicas, resolver problemas y enseñar las verdades bíblicas de una manera clara y convincente. Obtener una buena educación exige tiempo, pero es tiempo bien invertido.



¿Y qué se puede decir de la educación superior que se imparte en las universidades? Mucha gente cree que es imprescindible para alcanzar el éxito. No obstante, un buen número de jóvenes que estudian en la universidad terminan con la mente llena de ideas nocivas. Además, en el caso de los cristianos, se desperdician años valiosos de la juventud que podrían emplearse mejor sirviendo a Jehová (Ecl. 12:1). No parece coincidencia que en los países en los que es común que la gente curse estudios superiores se crea cada vez menos en Dios. Por eso, en vez de buscar seguridad en los sistemas de educación avanzada de este mundo, los cristianos depositamos nuestra confianza en Jehová (Pro. 3:5).

En su carta a los Filipenses, Pablo señaló otra cosa que podría convertirse en un dios. El apóstol dijo lo siguiente de algunos conocidos suyos que habían abandonado el cristianismo: “Hay muchos —solía mencionarlos frecuentemente, pero ahora los menciono también llorando— que andan como enemigos del madero de tormento del Cristo, y su fin es la destrucción, y su dios es su vientre, [...] y tienen la mente puesta en las cosas de la tierra” (Fili. 3:18, 19). ¿Por qué dijo Pablo que el vientre de aquellas personas había llegado a ser su dios?

 Porque al parecer permitieron que los placeres carnales eclipsaran su servicio a Jehová. Es probable que algunos de ellos comieran y bebieran en exceso, hasta el grado de caer en la glotonería y la borrachera (Pro. 23:20, 21; compárese con Deuteronomio 21:18-21). Otros quizás hayan decidido aprovechar al máximo las oportunidades que ofrecía el mundo de aquel entonces y hayan dejado de servir a Dios. Que no sea así en nuestro caso: nunca permitamos que el deseo de disfrutar de lo que llaman “la buena vida” nos haga aflojar el paso en el servicio que le damos a Jehová con toda el alma (Col. 3:23, 24).



Pablo mencionó otra cosa que constituye adoración falsa. Él escribió: “Amortigüen, por lo tanto, los miembros de su cuerpo que están sobre la tierra en cuanto a fornicación, inmundicia, apetito sexual, deseo perjudicial y codicia, que es idolatría” (Col. 3:5). La codicia es un deseo excesivo de poseer algo, como bienes materiales. También puede incluir el deseo de disfrutar de placeres sexuales inmorales (Éxo. 20:17). Pablo indicó que tales deseos equivalen a idolatría, es decir, a la adoración de dioses falsos. ¿Verdad que se trata de un asunto serio? Jesús empleó una impactante metáfora para señalar la necesidad de controlar a toda costa los malos deseos (léase Marcos 9:47; 1 Juan 2:16).



Entre las cosas que nada valen se incluyen las palabras. Así lo destacó Jehová cuando dijo lo siguiente a Jeremías: “Falsedad es lo que los profetas están profetizando en mi nombre. Yo no los he enviado, ni les he ordenado ni les he hablado. Una visión falsa y adivinación y una cosa que nada vale y la artimaña de su corazón es lo que ellos les están hablando proféticamente” (Jer. 14:14). Aquellos falsos profetas afirmaban que eran voceros de Jehová, pero lo que hacían era promover sus propias ideas. Por tal razón, sus palabras no valían nada; lo que es más, representaban una amenaza para la espiritualidad del pueblo. En el año 607 antes de nuestra era, muchas de las personas que hicieron caso a tales palabrerías murieron violentamente a manos de los soldados babilonios.



¿Cuáles son algunas de las palabras sin valor que se escuchan hoy día? Pues bien, algunos científicos sostienen que la teoría de la evolución y los descubrimientos de la ciencia demuestran que ya no es necesario creer en Dios, que todo se puede explicar recurriendo a los procesos naturales. ¿Deberían preocuparnos estas arrogantes afirmaciones? Desde luego que no. La sabiduría humana no se iguala a la divina (1 Cor. 2:6, 7). Por eso sabemos que cuando hay un conflicto entre lo que Dios ha revelado y las enseñanzas humanas, son siempre estas últimas las que están equivocadas (léase Romanos 3:4). A pesar del progreso de la ciencia en diversos campos, la afirmación que hace la Biblia sobre la sabiduría humana sigue siendo cierta: “La sabiduría de este mundo es necedad para con Dios”. En comparación con la infinita sabiduría divina, el pensamiento humano es vano, inútil (1 Cor. 3:18-20).



También los líderes religiosos de la cristiandad profieren palabras inútiles. Aseguran que hablan en nombre de Dios, pero la mayoría de sus afirmaciones no se basan en las Escrituras. Lo que dicen no tiene, en esencia, ningún valor. Los apóstatas son otro grupo que habla palabras sin valor. Según ellos, saben mucho más que “el esclavo fiel y discreto” nombrado por el Amo (Mat. 24:45-47). Pero en realidad, los apóstatas promueven sus propias ideas. De ahí que sus palabras tampoco valgan nada; son una piedra de tropiezo para todo el que les presta oído (Luc. 17:1, 2). ¿Cómo podemos evitar que nos descarríen?



El anciano apóstol Juan dio un consejo muy oportuno sobre este asunto (léase 1 Juan 4:1). En armonía con ese consejo, siempre animamos a la gente del territorio a comprobar si sus creencias se basan en lo que enseña la Biblia. Nosotros debemos hacer una comprobación similar. Si alguien nos hace un comentario que pone en duda las verdades bíblicas o el buen nombre de la congregación, de los ancianos o de cualquier otro hermano, no le creemos así porque sí. Más bien, nos preguntamos: “¿Está actuando conforme a lo que dice la Biblia la persona que difunde dicho comentario? ¿Fomentan sus palabras los intereses del Reino? ¿Promueven la paz en la congregación?”. Cualquier comentario que derrumbe a los hermanos en vez de edificarlos es una cosa que nada vale (2 Cor. 13:10, 11).

También los ancianos tienen presente la advertencia contra las palabras sin valor. Cuando es necesario dar consejo, recuerdan que tienen limitaciones, por lo que no se atreven a basarse en sus propios conocimientos. Saben que deben recurrir siempre a la Biblia, pues Pablo dio esta regla: “No [hay que ir] más allá de las cosas que están escritas” (1 Cor. 4:6). De modo que los ancianos no van más allá de lo que está escrito en la Biblia ni, por extensión, de lo que está escrito en las publicaciones bíblicas preparadas por el esclavo fiel y discreto.

Las cosas que nada valen —sean dioses falsos, palabras u otras cosas— hacen mucho daño. Por eso, siempre le pedimos a Jehová que nos guíe para que podamos reconocerlas y rechazarlas. De este modo, hacemos nuestras las siguientes palabras del salmista: “Haz que mis ojos pasen adelante para que no vean lo que es inútil; consérvame vivo en tu propio camino” (Sal. 119:37).



FUENTE:http://wol.jw.org/es/wol/d/r4/lp-s/2008281

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