domingo, 28 de diciembre de 2014

¿Le importan a Dios los animales?



La vida animal corre peligro. Muchos científicos creen que las especies se están extinguiendo a un ritmo muy acelerado, una de las trágicas consecuencias de la invasión humana. A este sombrío panorama se suman la producción industrial de alimentos, los deportes crueles y el insensible abandono de mascotas.
Algunos opinan que este es el precio inevitable que hay que pagar por el progreso. Pero ¿es eso lo que Dios quería? ¿Ha abandonado él a los animales para que sufran a manos del hombre? ¿Cómo sabemos que le importan?
Tras crear los peces, las aves y los animales terrestres, Dios se manifestó muy complacido: “Llegó a ver que [todo] era bueno”, afirma la Biblia (Génesis 1:21, 25). Tales criaturas, desde la más pequeña hasta la más grande, eran objeto de su interés y amor. Él no solo las hizo “instintivamente sabias”, sino que les dio lo necesario para que medraran en su ambiente. Como bien dijo un escritor: “Todos [los animales] te siguen esperando para que les des su alimento a su tiempo. Lo que les das, ellos lo recogen. Abres tu mano... se satisfacen con cosas buenas” (Proverbios 30:24; Salmo 104:24, 25, 27, 28).
Adán empezó a ponerles nombre a los animales, fue porque Jehová le concedió ese privilegio; además, él lo ayudó trayéndole los animales para ver cómo los llamaría (Génesis 2:19). Solo siguiendo la guía divina podría el hombre cumplir la misión de cuidar de los animales.
La Biblia dice: “El justo está cuidando del alma de su animal doméstico, pero las misericordias de los inicuos son crueles” (Proverbios 12:10).
Dios dio a la nación de Israel leyes que se ocupaban del bienestar de los animales. El establecimiento del sábado como día semanal de descanso también los beneficiaba a ellos porque podían reposar (Éxodo 23:12). Es significativo que aun cuando no estaba permitido realizar ningún trabajo ese día sagrado, sí había que socorrer a cualquier animal que estuviera en apuros (Lucas 14:5). Dios también indicó que no se debía impedir que un buey comiera mientras trillaba el grano, y a las bestias de carga no se las debía sobrecargar (Éxodo 23:5; Deuteronomio 25:4). Asimismo, estaba prohibido atar al yugo un buey y un asno para evitar que uno de los dos se lastimara (Deuteronomio 22:10). La Biblia enseña, pues, que hay que tratar a los animales con consideración, respeto y compasión.
Mucha gente solo vela por sus intereses y es indiferente al daño que pueda causar a los animales, pero Dios se compadece de ellos.
Queda claro que Dios no es insensible al trato que se da a los animales. Su amado Hijo, Jesús, dijo que ni un gorrión cae a tierra sin el conocimiento de su Padre (Mateo 10:29). Por el contrario, los humanos no comprenden plenamente el efecto de sus actos en el medioambiente, aunque tengan las mejores intenciones.
Para que haya un sistema de administración que proteja la fauna y la flora, tiene que darse primero un cambio en el modo de pensar de la humanidad.
Felizmente, la Biblia habla del tiempo en que bajo el Reino de Dios, “la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová” (Isaías 11:9). Así, las personas obedientes contarán con la preparación necesaria para administrar bien la Tierra. La influencia del Creador garantizará la convivencia armoniosa entre el hombre y las bestias, restaurando las condiciones que existían originalmente.
La Biblia describe con estas palabras la transformación que tendrá lugar: “El lobo realmente morará por un tiempo con el cordero, y el leopardo mismo se echará con el cabrito, y el becerro y el leoncillo crinado y el animal bien alimentado todos juntos; y un simple muchachito será guía sobre ellos. Y la vaca y la osa mismas pacerán; sus crías se echarán juntas. Y hasta el león comerá paja justamente como el toro. Y el niño de pecho ciertamente jugará sobre el agujero de la cobra; y sobre la abertura para la luz de una culebra venenosa realmente pondrá su propia mano un niño destetado”. ¡Qué perspectiva tan gloriosa se ofrece ante nuestros ojos! (Isaías 11:6-8.)

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