Aunque seamos pecadores, podemos tener una conciencia limpia, pues gracias al sacrificio de Jesús se nos perdonan los pecados. Esto supera con mucho lo que lograban a favor de Israel los sacrificios animales prescritos en la Ley mosaica (Hechos 13:38, 39; Hebreos 9:13, 14; 10:22). Sin embargo, para recibir tal perdón debemos ser honrados y reconocer cuánto necesitamos el sacrificio de Cristo: “Si hacemos la declaración: ‘No tenemos pecado’, a nosotros mismos nos estamos extraviando y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia” (1 Juan 1:8, 9).
La persona que se conmueve de verdad por lo que Jehová, en su inmenso amor, ha hecho posible mediante Jesús, no se retrae. Efectúa todo cambio necesario en su vida, se dedica a Dios en oración y lo simboliza por la inmersión en agua. Al demostrar su fe de este modo, ‘solicita a Dios una buena conciencia’ (1 Pedro 3:21).
13 Como es obvio, aun después del bautismo se manifestarán características pecaminosas. ¿Cómo proceder entonces? El apóstol Juan dijo: “Les escribo estas cosas para que no cometan un pecado. Y no obstante, si alguno comete un pecado, tenemos un ayudante para con el Padre, a Jesucristo, uno que es justo. Y él es un sacrificio propiciatorio por nuestros pecados” (1 Juan 2:1, 2). ¿Significa eso que, prescindiendo de lo que hagamos, si le pedimos perdón a Dios, él nos lo concederá? No necesariamente. La clave para obtener perdón es el arrepentimiento sincero. Tal vez precisemos también la ayuda de miembros de la congregación cristiana con más edad y experiencia que nosotros. Debemos admitir que hemos obrado mal y lamentarlo de corazón, a fin de que nos esforcemos de verdad por no reincidir en el pecado (Hechos 3:19; Santiago 5:13-16). Si así lo hacemos, podemos estar seguros de que Jesús nos ayudará y recuperaremos el favor de Jehová.
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