Jesús dijo que los verdaderos siervos de Dios “adorarán al Padre con
espíritu y con verdad, porque, en realidad, el Padre busca a los de esa
clase para que lo adoren” (Juan 4:23). Jehová encuentra a quienes aman
la verdad y los atrae al lado de él y de su Hijo (Juan 6:44).
La
Biblia nunca menciona que se celebrara el nacimiento de Jesús. De
hecho, no sabemos a ciencia cierta cuándo tuvo lugar. De lo que sí
podemos estar seguros es de que no fue el 25 de diciembre.* ¿Por qué?
Para empezar, porque en Israel esa fecha cae en el frío invierno,
mientras que, como indica Lucas 2:8-11, el día que nació Jesús había
“pastores que vivían a campo raso” con sus rebaños. (Es obvio que no se
quedaban al aire libre todo el año, pues de ser así no habría tenido
sentido destacar este detalle.) Y en invierno suelen caer en Belén frías
lluvias e incluso nieve, razón por la que los pastores no se quedaban
“a campo raso” cuidando las ovejas, sino que las guardaban a cubierto.
Tampoco hay que olvidar el motivo por el que habían ido José y María a
Belén: para cumplir con el censo ordenado por Augusto (Lucas 2:1-7). Es
muy poco probable que, sabiendo la antipatía que sentían los judíos por
Roma, aquel emperador los obligara a viajar a las ciudades de sus
antepasados en pleno invierno.
Entonces, ¿dónde se encuentran las raíces de la Navidad? No en la
Biblia, sino en antiguas festividades paganas. Una de ellas recibía el
nombre de saturnales y estaba dedicada a Saturno, el dios romano de la
agricultura. Otra era “el nacimiento del ‘Sol invencible’”, que, según
la Enciclopedia de la Religión Católica, tenía lugar el 25 de diciembre,
día sagrado para los devotos del dios solar Mitra. Esta obra añade que
“la Iglesia comenzó celebrando el nacimiento de [Cristo]” en esa fecha
“para hacer concurrencia a esta fiesta pagana consagrada al nacimiento
del Sol natural (Mitra)”. Y hay que señalar que esto ocurrió unos
trescientos años después de la muerte de Jesús.
Durante aquellos festejos, los paganos intercambiaban regalos y
hacían banquetes, prácticas que se han conservado en las Navidades. Pero
el espíritu con que se realizan muchos regalos navideños no es el que
se indica en 2 Corintios 9:7: “Que cada uno haga tal como lo ha resuelto
en su corazón, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al
dador alegre”. Los cristianos verdaderos damos regalos por amor, sin
esperar nada a cambio, y no porque se considere obligatorio hacerlo en
una fecha (Lucas 14:12-14; Hechos 20:35). Además, estamos muy contentos
de habernos librado de una pesada carga: todas las tensiones y deudas
que suelen generarse en esa temporada (Mateo 11:28-30; Juan 8:32).
Quizás alguien proteste: “¿Acaso no le hicieron regalos los magos a
Jesús para celebrar su nacimiento?”. En realidad, no. Aquellos
astrólogos le hicieron obsequios en reconocimiento de que era un
personaje ilustre, según la costumbre de tiempos bíblicos (1 Reyes 10:1,
2, 10, 13; Mateo 2:2, 11). De hecho, no fueron a verlo al pesebre la
noche que vino al mundo, sino que lo visitaron en su casa, muchos meses
después.
En la antigüedad, el nacimiento de un hijo solía ser,
como hoy, causa de mucho gozo. Sin embargo, la Biblia no menciona que
ningún siervo de Dios celebrara su cumpleaños (Salmo 127:3). ¿Será una
omisión casual? No, porque sí habla de dos fiestas de cumpleaños: la de
un faraón y la de Herodes Antipas (Génesis 40:20-22; Marcos 6:21-29). Y
presenta ambas ocasiones con tintes negativos, sobre todo la última, la
cual llevó a que se decapitara a Juan el Bautista.
Según la obra
Las cosas nuestras de cada día, los primeros cristianos “consideraban
estas festividades [...] como reliquias de las prácticas paganas”. Los
griegos y romanos, por ejemplo, creían que toda persona contaba con un
espíritu protector o una “divinidad bajo cuya tutela cada uno nace y
vive”, y cuya “fiesta la celebraba cada uno el día de su natalicio”, o
cumpleaños (Gran Enciclopedia Rialp). Además, por siglos se ha
relacionado estrechamente la fecha del nacimiento con la astrología, y
más concretamente con el horóscopo.
Aparte de por sus conexiones
con el paganismo y el espiritismo, es muy probable que los siervos de
Dios rechazaran los cumpleaños por otra razón. ¿Cuál? Su actitud
humilde. Sencillamente, no creían que su llegada al mundo fuera tan
importante como para festejarla (Miqueas 6:8; Lucas 9:48).* Daban toda
la gloria a Jehová, a quien agradecían el maravilloso don de la vida
(Salmo 8:3, 4; 36:9; Revelación 4:11).*
Cuando un siervo de Dios
muere fiel, queda guardado en la memoria de Jehová, lo que le garantiza
que volverá a vivir (Job 14:14, 15). Por eso dice Eclesiastés 7:1:
“Mejor es un nombre que el buen aceite, y el día de la muerte que el día
en que uno nace”. En este pasaje, el “nombre” es la buena reputación
que nos ganamos con Dios sirviéndole lealmente. Es significativo que la
única conmemoración que se nos manda celebrar a los cristianos no es la
de un nacimiento, sino la de una muerte, la de Jesús, cuyo excelso
“nombre” es la clave de la salvación (Lucas 22:17-20; Hebreos 1:3, 4).
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